Vida familiar
LOS TAGOURI: Historia de una familia
Por Phyllis McIntosh
Phyllis McIntosh es un escritor independiente en el área de Washington, D.C.
 
La familia Tagouri
La familia Tagouri y un sobrino se reúnen en un cuarto asoleado para ser retratados.
 
La familia Tagouri
Los Tagouri son una familia musulmana devota y oran en este cuarto asoleado.
 
La familia Tagouri
Frente a su casa, Salwa y Yahia Tagouri juegan a la pelota con sus hijos.
 
La familia Tagouri
Todos disfrutan en los columpios.
 
La familia Tagouri
El miembro más joven de la familia Tagouri, Muhumed, ayuda a su tío a rastrillar la hierba en el traspatio.
 
La familia Tagouri
El almuerzo en la cocina de los Tagouri es un buen momento para alimentarse y estar juntos.
 
La familia Tagouri
El Dr. Tagouri ayuda a limpiar la mesa después de la comida.
 
La familia Tagouri
Las tres niñas Tagouri y su primo miran sus programas favoritos de televisión después del almuerzo.
 
La familia Tagouri
La Sra. Tagouri, aspirante a una maestría en la Escuela Superior Loyola, realiza parte de su investigación en la computadora.
 
La familia Tagouri
El Dr. Tagouri frente a la mezquita en La Plata, Maryland, donde él y su familia acuden a los servicios religiosos.
 
La familia Tagouri
El Dr. Tagouri muestra el simbolismo de la vida que se renueva en su ciudad de La Plata, parte de la cual fue devastada por un huracán en ese año.
(Fotos de Jim Blair)

Los Tagouri de La Plata, una ciudad pequeña del sur de Maryland cercana a Washington, D.C., son, en muchos aspectos, una familia estadounidense típica. El padre es patólogo en el hospital local y presta servicio como examinador médico adjunto para el condado de Charles. La madre estudia para licenciarse como consejera en el Colegio Universitario Loyola de Baltimore y espera llegar a ser terapeuta certificada en una escuela o en la práctica privada. Al igual que la mayoría de los padres suburbanos, pasan mucho tiempo en medio del tráfico, llevando y trayendo a sus tres hijos, de 8, 5 y 3 años de edad, a la escuela, a clases de baile y de gimnasia y a las sesiones de las Niñas Exploradoras.

Los Tagouri son también musulmanes devotos y su fe es un factor medular en su muy activa vida. A pesar de su agitado trabajo en el hospital, el doctor Yahia Tagouri va en auto hasta una mezquita vecina una vez al día, por lo menos, para orar, y a veces lleva consigo a sus hijos. Para las demás oraciones diarias, se retira a su oficina. La mayoría de sus compañeros de trabajo no son musulmanes, nos dice, pero "cuando la gente ve que mi puerta está cerrada sabe que es hora de orar y respeta ese derecho". Su esposa, Salwa Omeish, quien viaja casi 300 kilómetros de ida y vuelta para asistir a las clases del colegio universitario, ora en el hogar antes y después de ir a clase.

Cómo se conocieron y se casaron

Yahia tiene 41 años, creció en Libia y allí asistió a la escuela de medicina. En 1987 decidió reunirse con su hermano en Estados Unidos y completó la capacitación de su especialidad en el Hospital de Niños de Pittsburgh y en la Universidad Marshall de Virginia Occidental.

Después de ser presentados por amigos mutuos, Yahia y Salwa, que hoy tiene 31 años de edad, contrajeron matrimonio en 1992 y vivieron un año en Virginia Occidental antes de trasladarse a Birmingham, Alabama, donde Yahia completó año de becado en la Universidad de Alabama. Después siguió un año de residencia en Selma, Alabama, pueblo de 20.000 habitantes que estuvo en la primera línea del movimiento a favor de los derechos civiles de los afroestadounidenses en la década de 1960.

En 1996, los Tagouri se mudaron al norte para estar más cerca de la familia de Salwa, pero en lugar de establecerse cerca de Washington, D.C., optaron por ir a La Plata, Maryland, población de 6.500 habitantes, casi 65 kilómetros más al sur. Construyeron una casa en un tranquilo barrio de gente próspera, varios kilómetros fuera de la ciudad. Hoy su residencia, grande y moderna, está rodeada de árboles y tiene un espacioso patio lleno de juguetes y equipos de juegos de las niñas.

Salwa, quien también nació en Libia, llegó a Estados Unidos a los 11 años de edad, cuando su padre aceptó un empleo en el Banco Mundial en Washington, D.C. Creció en los suburbios virginianos de Washington, donde asistió a la escuela secundaria pública y al colegio universitario.

Al recordar esos días, declara que en esa época no le molestaba de modo especial que no se le permitiera tener citas con muchachos ni ir a bailes y fiestas como lo hacía la mayoría de sus compañeras de clase. Por el hecho de crecer en un área metropolitana grande, tuvo muchos amigos musulmanes en la escuela. "No se nos permitía hacer ciertas cosas", explica, pero, además, "no creo que en realidad nos interesara hacerlo".

Al igual que muchas jóvenes estadounidenses casadas, Salwa ha conservado su apellido paterno - Omeish - en lugar de adoptar el de su esposo. Y como un sinnúmero de mujeres, equilibra con gran cuidado su deseo personal de continuar su educación con la atención de su familia, la cual incluye hoy a los padres de Yahia y un sobrino. No obstante, a pesar de sus aspiraciones profesionales, declara que, "en definitiva, la familia es lo primero".

La decisión de usar el hijab

A diferencia de muchas muchachas musulmanas que hoy viven en Estados Unidos y usan el hijab en la escuela secundaria, Salwa no se cubría hasta hace algunos años. Usar dicha prenda "estaba en el fondo de mi mente como algo que yo deseaba hacer", declara. La principal razón por la cual lo uso hoy es que Dios nos pide que lo hagamos. Es una forma de sumisión a Dios, no un acatamiento a lo que la sociedad dice que debe ser nuestra imagen".

Si bien gran parte de la vida social de la familia gira en torno de su mezquita, muchos de los amigos y conocidos de los Tagouri no son musulmanes. Hasta donde les consta, ellos y sus vecinos de la casa contigua (un cirujano ortopedista y su familia) son los únicos musulmanes en su vecindad inmediata. Entre los 80 y tantos estudiantes que hay en su clase del Colegio Universitario Loyola, Salwa es la única musulmana.

Las hijas - Noor, que estudia el cuarto grado, y Yuser, que acaba de entrar al jardín de infantes - asistieron a cursos preescolares cristianos y ahora van a una escuela elemental pública donde casi ningún otro estudiante es musulmán. Los maestros y los administradores de la escuela no tienen objeción alguna cuando las niñas no asisten a la escuela y se quedan en casa en observancia de las festividades musulmanas. Y la maestra de Noor acepta con agrado que Salwa decore el periódico mural del aula con un "Feliz Eid", en conmemoración de la festividad musulmana que en los últimos años ha tendido a coincidir con la época de Navidad.

Aun cuando la mayoría de los pequeños condiscípulos de sus hijas parecen hoy indiferentes a las diferencias religiosas, Salwa reconoce que cuando sus hijas sean adolescentes tendrán tal vez más dificultades de las que ella tuvo en el área de Washington. "Eso nos preocupa, pero nuestra fe es firme", nos dice. "No nos molestan las diferencias que observamos. Decimos: `De acuerdo, nosotros no hacemos eso y así está bien'".

Dado que la mezquita local, a la que pertenecen sólo unas 40 familias, no puede ofrecer clases de religión, las niños Tagouri pasan el fin de semana con sus abuelos o hacen un viaje de una hora con sus amigos para asistir a clases islámicas en el norte de Virginia. Noor, que tiene 8 años, está aprendiendo a hacer sus oraciones diarias y recibe también instrucción religiosa de un vecino una o dos veces a la semana.

¿Noor y Yuser usarán el hijab? Los Tagouri recalcan que eso lo tendrán que decidir sus hijas por sí mismas. "Esas cosas no se pueden forzar", dice Salwa. "Las podría obligar a usarlo aquí y ellas se lo podrían quitar al llegar a la escuela. Les enseñamos que todo lo que hagan, ya sea frente a nosotros o a nuestras espaldas, lo ve Dios".

"Una vez que se les enseña a ver a Dios en todo lo que hacen y a llevar a Dios en sus corazones, su fe será firme y desearán obedecer a Dios y sus mandamientos, ya se trate de orar, ayunar, practicar la caridad o tener un buen desempeño en su trabajo", añade Yahia. "Y si llegan a ese punto, es probable que deseen usar el hijab".

La enseñanza del islamismo por medio del ejemplo

A pesar de que hasta ahora los Yagouri han vivido su vida de casados en áreas no muy cosmopolitas de los Estados Unidos, dicen que no han sido víctimas de la intolerancia religiosa. Ellos creen firmemente que el mensaje de su fe se debe propagar por medio del ejemplo. "Yo no hablo mucho del islam", dice Yahia, "pero la forma en que vivo mi vida es un intento de mostrar a la gente lo que el islam debe ser. Una vez que empiezan a conocerme, me respetan por ser quien soy".

Los Tagouri dicen que ni aun después de los ataques del 11 de septiembre contra el Centro Mundial del Comercio y el Pentágono han sentido animosidad alguna de sus compatriotas estadounidenses. "Por lo menos en nuestra comunidad, sucedió lo contrario", dice Yahia. "La gente era muy atenta, nos preguntaba si estábamos bien y si alguien nos había molestado". Salwa, que inició el semestre de otoño en el colegio universitario dos días después de dichos ataques, se sintió conmovida por el interés de sus compañeros de clase. "Me preguntaban si me sentía bien y me decían lo mal que les parecía que a la gente del Medio Oriente se le mire ahora en forma diferente".

Sin embargo, lo que indigna a los Tagouri es que en los medios noticiosos se usen tan a menudo expresiones como "los militantes musulmanes" y los "terroristas islámicos". Salwa dice que ha habido terroristas nacidos en Estados Unidos, como Timothy McVeigh, quien bombardeó un edificio federal en la ciudad de Oklahoma en 1995 y mató a 168 personas, o el así llamado Unabomber, responsable de una serie de atentados con bombas que enviaba por correo. Sin embargo, la prensa nunca se refiere a esos asesinos, motivados por razones políticas, como "un militante cristiano" o un "dinamitero cristiano", comenta.

"El hecho de que se presente al islam en esa forma nos perjudica", dice. "Islam proviene de la palabra paz. Cuando llegamos a la casa, en lugar de saludarnos con un `hola', decimos `la paz sea contigo'. Todo en el Islam se refiere a la paz, pero hay demasiada gente que no lo ha comprendido".

Aun cuando los hombres que destruyeron el Centro Mundial del Comercio lo hicieron tal vez en nombre de la religión, afirman los Tagouri, es obvio que no tenían a Dios en sus corazones. "Un terrorista es un terrorista, no importa cuáles sean sus creencias", sostiene Yahia. "No debemos vincular esos actos con la religión".

La pareja les advierte a los musulmanes de todo el resto del mundo que no todo lo que lean y oigan acerca de Estados Unidos es un retrato fiel del pueblo de este país o de lo que significa ser un musulmán en Norteamérica. "Hay muchos musulmanes en Estados Unidos", dice Salwa. "El Islam es la religión de más rápido crecimiento en la nación y hay muchos conversos. El 80 por ciento de los miembros de nuestra mezquita en Birmingham eran estadounidenses rubios de ojos azules. Yo nunca había visto algo así".

Lo más importante, agrega, es que "probablemente, aquí podemos practicar nuestra religión con mayor libertad que en ningún otro lugar del mundo". "En Norteamérica, si uno trabaja con tesón recibe la recompensa adecuada", asegura Yahia. "Es una bendición estar en un país donde hay libertad de expresión, existe la justicia y la Constitución se aplica a todos. Sentimos que en verdad es una bendición vivir en Estados Unidos".