Los Tagouri de La Plata, una ciudad pequeña del sur de
Maryland cercana a Washington, D.C., son, en muchos aspectos, una
familia estadounidense típica. El padre es patólogo
en el hospital local y presta servicio como examinador
médico adjunto para el condado de Charles. La madre estudia
para licenciarse como consejera en el Colegio Universitario Loyola
de Baltimore y espera llegar a ser terapeuta certificada en una
escuela o en la práctica privada. Al igual que la
mayoría de los padres suburbanos, pasan mucho tiempo en
medio del tráfico, llevando y trayendo a sus tres hijos, de
8, 5 y 3 años de edad, a la escuela, a clases de baile y de
gimnasia y a las sesiones de las Niñas Exploradoras.
Los Tagouri son también musulmanes devotos y su fe es un
factor medular en su muy activa vida. A pesar de su agitado trabajo
en el hospital, el doctor Yahia Tagouri va en auto hasta una
mezquita vecina una vez al día, por lo menos, para orar, y
a veces lleva consigo a sus hijos. Para las demás oraciones
diarias, se retira a su oficina. La mayoría de sus
compañeros de trabajo no son musulmanes, nos dice, pero
"cuando la gente ve que mi puerta está cerrada sabe que es
hora de orar y respeta ese derecho". Su esposa, Salwa Omeish, quien
viaja casi 300 kilómetros de ida y vuelta para asistir a las
clases del colegio universitario, ora en el hogar antes y
después de ir a clase.
Cómo se conocieron y se casaron
Yahia tiene 41 años, creció en Libia y allí
asistió a la escuela de medicina. En 1987 decidió
reunirse con su hermano en Estados Unidos y completó la
capacitación de su especialidad en el Hospital de
Niños de Pittsburgh y en la Universidad Marshall de Virginia
Occidental.
Después de ser presentados por amigos mutuos, Yahia y
Salwa, que hoy tiene 31 años de edad, contrajeron matrimonio
en 1992 y vivieron un año en Virginia Occidental antes de
trasladarse a Birmingham, Alabama, donde Yahia completó
año de becado en la Universidad de Alabama. Después
siguió un año de residencia en Selma, Alabama, pueblo
de 20.000 habitantes que estuvo en la primera línea del
movimiento a favor de los derechos civiles de los
afroestadounidenses en la década de 1960.
En 1996, los Tagouri se mudaron al norte para estar más
cerca de la familia de Salwa, pero en lugar de establecerse cerca
de Washington, D.C., optaron por ir a La Plata, Maryland,
población de 6.500 habitantes, casi 65 kilómetros
más al sur. Construyeron una casa en un tranquilo barrio de
gente próspera, varios kilómetros fuera de la ciudad.
Hoy su residencia, grande y moderna, está rodeada de
árboles y tiene un espacioso patio lleno de juguetes y
equipos de juegos de las niñas.
Salwa, quien también nació en Libia, llegó
a Estados Unidos a los 11 años de edad, cuando su padre
aceptó un empleo en el Banco Mundial en Washington, D.C.
Creció en los suburbios virginianos de Washington, donde
asistió a la escuela secundaria pública y al colegio
universitario.
Al recordar esos días, declara que en esa época no
le molestaba de modo especial que no se le permitiera tener citas
con muchachos ni ir a bailes y fiestas como lo hacía la
mayoría de sus compañeras de clase. Por el hecho de
crecer en un área metropolitana grande, tuvo muchos amigos
musulmanes en la escuela. "No se nos permitía hacer ciertas
cosas", explica, pero, además, "no creo que en realidad nos
interesara hacerlo".
Al igual que muchas jóvenes estadounidenses casadas,
Salwa ha conservado su apellido paterno - Omeish - en lugar de
adoptar el de su esposo. Y como un sinnúmero de mujeres,
equilibra con gran cuidado su deseo personal de continuar su
educación con la atención de su familia, la cual
incluye hoy a los padres de Yahia y un sobrino. No obstante, a
pesar de sus aspiraciones profesionales, declara que, "en
definitiva, la familia es lo primero".
La decisión de usar el hijab
A diferencia de muchas muchachas musulmanas que hoy viven en
Estados Unidos y usan el hijab en la escuela secundaria, Salwa no
se cubría hasta hace algunos años. Usar dicha prenda
"estaba en el fondo de mi mente como algo que yo deseaba hacer",
declara. La principal razón por la cual lo uso hoy es que
Dios nos pide que lo hagamos. Es una forma de sumisión a
Dios, no un acatamiento a lo que la sociedad dice que debe ser
nuestra imagen".
Si bien gran parte de la vida social de la familia gira en torno
de su mezquita, muchos de los amigos y conocidos de los Tagouri no
son musulmanes. Hasta donde les consta, ellos y sus vecinos de la
casa contigua (un cirujano ortopedista y su familia) son los
únicos musulmanes en su vecindad inmediata. Entre los 80 y
tantos estudiantes que hay en su clase del Colegio Universitario
Loyola, Salwa es la única musulmana.
Las hijas - Noor, que estudia el cuarto grado, y Yuser, que
acaba de entrar al jardín de infantes - asistieron a cursos
preescolares cristianos y ahora van a una escuela elemental
pública donde casi ningún otro estudiante es
musulmán. Los maestros y los administradores de la escuela
no tienen objeción alguna cuando las niñas no asisten
a la escuela y se quedan en casa en observancia de las festividades
musulmanas. Y la maestra de Noor acepta con agrado que Salwa decore
el periódico mural del aula con un "Feliz Eid", en
conmemoración de la festividad musulmana que en los
últimos años ha tendido a coincidir con la
época de Navidad.
Aun cuando la mayoría de los pequeños
condiscípulos de sus hijas parecen hoy indiferentes a las
diferencias religiosas, Salwa reconoce que cuando sus hijas sean
adolescentes tendrán tal vez más dificultades de las
que ella tuvo en el área de Washington. "Eso nos preocupa,
pero nuestra fe es firme", nos dice. "No nos molestan las
diferencias que observamos. Decimos: `De acuerdo, nosotros no
hacemos eso y así está bien'".
Dado que la mezquita local, a la que pertenecen sólo unas
40 familias, no puede ofrecer clases de religión, las
niños Tagouri pasan el fin de semana con sus abuelos o hacen
un viaje de una hora con sus amigos para asistir a clases
islámicas en el norte de Virginia. Noor, que tiene 8
años, está aprendiendo a hacer sus oraciones diarias
y recibe también instrucción religiosa de un vecino
una o dos veces a la semana.
¿Noor y Yuser usarán el hijab? Los Tagouri recalcan
que eso lo tendrán que decidir sus hijas por sí
mismas. "Esas cosas no se pueden forzar", dice Salwa. "Las
podría obligar a usarlo aquí y ellas se lo
podrían quitar al llegar a la escuela. Les enseñamos
que todo lo que hagan, ya sea frente a nosotros o a nuestras
espaldas, lo ve Dios".
"Una vez que se les enseña a ver a Dios en todo lo que
hacen y a llevar a Dios en sus corazones, su fe será firme
y desearán obedecer a Dios y sus mandamientos, ya se trate
de orar, ayunar, practicar la caridad o tener un buen
desempeño en su trabajo", añade Yahia. "Y si llegan
a ese punto, es probable que deseen usar el hijab".
La enseñanza del islamismo por medio del ejemplo
A pesar de que hasta ahora los Yagouri han vivido su vida de
casados en áreas no muy cosmopolitas de los Estados Unidos,
dicen que no han sido víctimas de la intolerancia religiosa.
Ellos creen firmemente que el mensaje de su fe se debe propagar por
medio del ejemplo. "Yo no hablo mucho del islam", dice Yahia, "pero
la forma en que vivo mi vida es un intento de mostrar a la gente lo
que el islam debe ser. Una vez que empiezan a conocerme, me
respetan por ser quien soy".
Los Tagouri dicen que ni aun después de los ataques del
11 de septiembre contra el Centro Mundial del Comercio y el
Pentágono han sentido animosidad alguna de sus compatriotas
estadounidenses. "Por lo menos en nuestra comunidad, sucedió
lo contrario", dice Yahia. "La gente era muy atenta, nos preguntaba
si estábamos bien y si alguien nos había molestado".
Salwa, que inició el semestre de otoño en el colegio
universitario dos días después de dichos ataques, se
sintió conmovida por el interés de sus
compañeros de clase. "Me preguntaban si me sentía
bien y me decían lo mal que les parecía que a la
gente del Medio Oriente se le mire ahora en forma diferente".
Sin embargo, lo que indigna a los Tagouri es que en los medios
noticiosos se usen tan a menudo expresiones como "los militantes
musulmanes" y los "terroristas islámicos". Salwa dice que ha
habido terroristas nacidos en Estados Unidos, como Timothy McVeigh,
quien bombardeó un edificio federal en la ciudad de Oklahoma
en 1995 y mató a 168 personas, o el así llamado
Unabomber, responsable de una serie de atentados con bombas que
enviaba por correo. Sin embargo, la prensa nunca se refiere a esos
asesinos, motivados por razones políticas, como "un
militante cristiano" o un "dinamitero cristiano", comenta.
"El hecho de que se presente al islam en esa forma nos
perjudica", dice. "Islam proviene de la palabra paz. Cuando
llegamos a la casa, en lugar de saludarnos con un `hola', decimos
`la paz sea contigo'. Todo en el Islam se refiere a la paz, pero
hay demasiada gente que no lo ha comprendido".
Aun cuando los hombres que destruyeron el Centro Mundial del
Comercio lo hicieron tal vez en nombre de la religión,
afirman los Tagouri, es obvio que no tenían a Dios en sus
corazones. "Un terrorista es un terrorista, no importa
cuáles sean sus creencias", sostiene Yahia. "No debemos
vincular esos actos con la religión".
La pareja les advierte a los musulmanes de todo el resto del
mundo que no todo lo que lean y oigan acerca de Estados Unidos es
un retrato fiel del pueblo de este país o de lo que
significa ser un musulmán en Norteamérica. "Hay
muchos musulmanes en Estados Unidos", dice Salwa. "El Islam es la
religión de más rápido crecimiento en la
nación y hay muchos conversos. El 80 por ciento de los
miembros de nuestra mezquita en Birmingham eran estadounidenses
rubios de ojos azules. Yo nunca había visto algo
así".
Lo más importante, agrega, es que "probablemente,
aquí podemos practicar nuestra religión con mayor
libertad que en ningún otro lugar del mundo". "En
Norteamérica, si uno trabaja con tesón recibe la
recompensa adecuada", asegura Yahia. "Es una bendición estar
en un país donde hay libertad de expresión, existe la
justicia y la Constitución se aplica a todos. Sentimos que
en verdad es una bendición vivir en Estados Unidos".