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Los Derechos del Pueblo: Libertad individual y la Carta de
Derechos
C A P Í T U L O
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La libertad de prensa El Congreso no aprobará
ninguna ley... que coarte la libertad de expresión o de
prensa.... Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos
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Aun
cuando es un derecho muy preciado, la libertad de prensa es distinta de
otras libertades del pueblo por cuanto es a la vez individual e
institucional. Su aplicación no se limita al derecho de una sola
persona a publicar ideas, sino también al derecho de los medios
impresos y electrónicos para divulgar opiniones políticas y
cubrir y publicar noticias. Por lo tanto, la prensa libre es uno de los
pilares de una sociedad democrática y, como lo
escribió el columnista estadounidense del siglo XX Walter Lippmann,
"la prensa libre no es un privilegio, sino una necesidad orgánica de
una gran sociedad". De hecho, a medida que la sociedad se vuelve cada
día más compleja, la gente confía más y
más en los periódicos, la radio y la televisión para
mantenerse al tanto de las noticias mundiales, la opinión y las ideas
políticas. Una muestra de la importancia de la prensa libre es que
cuando las fuerzas antidemocráticas se apoderan de un país, lo
primero que hacen de ordinario es amordazar a la prensa. |
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Thomas Jefferson habla de la necesidad de una prensa
libre (1787)
En virtud de que la opinión del pueblo es la base de nuestro
gobierno, nuestro primer objetivo debe ser comprenderla correctamente; y si
yo tuviera que decidir entre la posibilidad de tener un gobierno sin
periódicos o periódicos sin gobierno, preferiría esto
último sin dudar un momento. |
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Los
orígenes de la libertad de palabra y la de prensa son casi similares
porque, bajo la ley inglesa, la difusión de críticas al
gobierno, ya sea verbales o por escrito, era objeto de castigo. No importaba
que lo publicado fuera verdad; el gobierno interpretaba como un mal el hecho
mismo de hacer crítica, pues con ella se creaban dudas sobre la
integridad y fiabilidad de los funcionarios públicos. Se
contenía así el avance hacia una prensa realmente libre, es
decir, una en la que la gente pudiera publicar sus opiniones sin temor a
represalias del gobierno. Así, a mediados del siglo XVIII el gran
comentarista jurídico inglés Sir William Blackstone
declaró que, aun cuando la libertad de prensa era esencial para la
naturaleza misma de un Estado libre, también podía y
debía ser acotada. |
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Sir William Blackstone, comentarios sobre las leyes de
Inglaterra (1765)
Cuando los libelos blasfemos, inmorales, traidores, cismáticos,
sediciosos o escandalosos son castigados por la ley inglesa... la libertad
de prensa, bien entendida, no se transgrede ni se viola en forma alguna. La
libertad de prensa es en verdad esencial para la naturaleza misma de un
Estado libre, pero consiste en no imponer restricciones previas a la
publicación, no en que los materiales delictivos estén libres
de censura una vez que han sido publicados. Sin duda, todo hombre libre
tiene el derecho de exponer ante el público los sentimientos que
desee; prohibirlo es destruir la libertad de prensa; no obstante, si publica
algo impropio, malévolo o ilegal tendrá que afrontar las
consecuencias de su propia temeridad. |
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¿Pero en qué consistían "los libelos
blasfemos, inmorales, traidores, cismáticos, sediciosos o
escandalosos"? Podían ser, de hecho, todo lo que el gobierno
decidiera al definirlos y, en esencia, cualquier publicación que
tuviera la más leve crítica a la política o a los
dirigentes del gobierno podía ser causa de encarcelamiento o algo
peor. En juicios tan subjetivos, la veracidad carecía por completo de
importancia.
Los colonizadores de Norteamérica trajeron del otro lado del
Atlántico el derecho consuetudinario inglés y los funcionarios
coloniales tuvieron tan poca tolerancia hacia la prensa como sus maestros en
su país de origen. En 1735, el gobernador real de Nueva York, William
Cosby, acusó al editor de periódicos John Peter Zenger de
libelo sedicioso porque éste criticó la destitución de
un juez que falló en contra de los intereses del gobernador en un
caso importante. De acuerdo con los principios tradicionales, como los
enunció Blackstone, Zenger tenía derecho de publicar sus
críticas, pero ahora debía encarar las consecuencias. Sin
embargo, el abogado de Zenger, Andrew Hamilton, convenció al jurado
de que absolviera a su cliente tomando en cuenta que lo publicado era
verdad. Aun tendrían que pasar muchos años para que el
concepto de verdad fuera aceptado por la ley inglesa o estadounidense como
defensa cabal contra el libelo, pero este caso sentó un importante
precedente político. En cuanto los jueces norteamericanos se
opusieron a condenar a un hombre por publicar la verdad, o incluso su
opinión, a los funcionarios reales les fue difícil juzgar
casos de libelo sedicioso en las colonias. Ya para la época de la
Revolución y a pesar de las leyes escritas en los libros, los
editores coloniales atacaban con toda libertad a la Corona y a los
gobernadores reales de las provincias.
Es discutible que los autores de la Cláusula de Prensa, de la
Primera Enmienda a la Constitución, se hayan propuesto incluir las
enseñanzas del caso Zenger, ya que casi todos los nuevos estados del
país adoptaron el derecho consuetudinario inglés, con sus
reglas sobre la prensa, en cuanto obtuvieron la independencia. Cuando el
Congreso aprobó una Ley de Sedición en 1798, durante un conato
de guerra con Francia, admitió la verdad como defensa de los acusados
de presuntos casos de libelo contra el presidente y el gobierno de los
Estados Unidos. Sin embargo, la ley fue aplicada con un espíritu
mezquino y partidista contra los republicanos jeffersonianos. En efecto, los
jueces federalistas pasaron por alto el principio de la verdad como defensa
y aplicaron la ley como lo habrían hecho sus homólogos
ingleses, castigando la simple divulgación como si fuera un libelo.
Por ejemplo, Matthew Lyons, editor de un periódico en Vermont,
criticó al presidente John Adams por su "insaciable sed de grotesca
pompa, adulación vana y avaricia egoísta". Por hacer esos
comentarios se le aplicó una multa de 1.000 dólares y tuvo que
pasar cuatro meses en la cárcel hasta que logró reunir los
fondos necesarios para pagarla.
La Ley de Sedición expiró en 1801 y, salvo por ciertas
restricciones impuestas en la Guerra Civil, el gobierno federal no hizo
intento alguno de violar la Cláusula de Prensa en el siguiente siglo.
Poco a poco, el libelo llegó a ser más un tema de derecho
civil que de derecho penal y varios personajes prominentes se aplicaron a la
tarea de instruir demandas judiciales en defensa de su propia
reputación. El Congreso aprobó otra Ley de Sedición en
la Primera Guerra Mundial y, como se dijo en el capítulo sobre la
libertad de expresión, los casos surgidos de esa ley fueron juzgados
bajo el criterio primordial de la libertad de palabra y en ellos se dio
cabida a la prueba del peligro claro y presente. No obstante, en
términos de prensa libre, no hallamos adelantos notables sino hasta
principios de la década de 1930, cuando la doctrina de la
restricción previa cobró nuevo vigor. Al desarrollar una
verdadera prensa libre, los periódicos descubrieron que tenían
un poderoso aliado en la Corte Suprema, la cual hizo un potente escudo para
la libertad de prensa a partir de una sola frase ("o de prensa") contenida
en la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos.
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La jurisprudencia moderna de la Cláusula de Prensa empieza con el
histórico caso Near vs. Minnesota de 1931, el cual, a primera
vista, no parece ir mucho más allá de reiterar las opiniones
de Blackstone sobre la restricción previa, pero es en realidad el
primer paso, a partir de esa doctrina, hacia la creación de una
prensa poderosa e independiente.
El estado de Minnesota había aprobado una ley similar a las de
otros estados que autorizaba la supresión de cualquier
publicación "maliciosa, escandalosa o difamatoria", considerada como
un perjuicio público. Sin embargo, en ese caso la ley fue aprobada
para acallar a un periódico en particular, el Saturday Press,
que además de publicar ataques racistas contra los negros y otros
grupos étnicos, había divulgado una serie de denuncias contra
las prácticas corruptas de políticos y empresarios
líderes de la localidad. El tribunal estatal clausuró con
agrado el Saturday Press y éste, a su vez, apeló ante
la Corte Suprema. Allí, el presidente del tribunal, Charles Evans
Hughes, amplió el alcance de la Cláusula de Prensa de la
Primera Enmienda a los estados (pues antes se había aplicado
sólo al Congreso) y reiteró la idea de que ningún
gobierno le puede negar a un periódico su derecho constitucional
de publicar, salvo en un caso de emergencia en tiempo de guerra. Esto no
significó que los periódicos ya no pudieran ser castigados por
otras causas o que los individuos no pudieran demandarlos por
difamación. Sin embargo, sentó las bases de otros dos
adelantos importantes que surgirían más de tres decenios
después y son los pilares en que se sustenta la moderna libertad de
prensa.
El primero fue fruto del movimiento de derechos civiles de la
década de 1960. En esa época, la mayoría de los estados
tenían leyes que no imponían la restricción previa,
pero permitían demandas civiles por difamación de persona si
la información impresa era mal intencionada o aun si sólo era
errónea. A raíz de los enfrentamientos entre los partidarios
de los derechos civiles y la policía de Montgomery, Alabama, un grupo
de organizaciones de derechos civiles e individuos publicó un anuncio
de una página en el New York Times, titulado "Escuchen sus
voces que se alzan", en el cual explicaron en detalle las dificultades que
entrañaba el trabajo en favor de los derechos civiles y pidieron
fondos como ayuda para la causa. A pesar de que en el anuncio no fue
mencionado por su nombre el inspector de policía de Montgomery,
Alabama, I.B. Sullivan, éste demandó al Times
aduciendo que el anuncio contenía errores factuales que lo difamaban
en el desempeño de sus deberes oficiales. Un jurado local
concedió la razón a Sullivan y dictaminó que el
Times le debía pagar 500.000 dólares por concepto de
daños y perjuicios.
Sullivan no demandó al periódico porque los errores fueran
muy graves (en un pasaje decía que el Dr. Martin Luther King, Jr.
había sido encarcelado siete veces, cuando en realidad sólo lo
había sido en cuatro ocasiones), sino porque la gente del Sur
veía en la prensa un enemigo en la lucha por los derechos civiles.
Cada vez que los manifestantes eran golpeados o arrestados, la prensa lo
informaba no sólo al resto de la nación, sino a todo el mundo.
El Times no sólo era el periódico más destacado
del país, sino también uno de los más grandes y
exitosos. Si lo podían castigar con una fuerte multa (y 500.000
dólares era mucho dinero en 1964), entonces otros diarios más
pequeños y menos prósperos lo pensarían dos veces antes
de dar noticias sobre el movimiento de los derechos civiles. En otras
palabras, permitir que el veredicto del juicio original prevaleciera
habría producido un severo efecto de "congelamiento" del derecho a la
libertad de prensa consagrado en la Primera Enmienda.
El tribunal superior no sólo revocó la sentencia, sino
llevó las cosas mucho más lejos que la simple regla de
restricción previa heredada de Gran Bretaña: suprimió
cualquier tipo de sanción contra la publicación de textos
acerca de funcionarios públicos y el desempeño de éstos
en sus funciones, salvo en el caso de que un periódico publicara algo
a sabiendas de que no era cierto, con la intención maliciosa de
dañar la reputación de un funcionario. Aun cuando no
permitía que la prensa publicara nada de ese tipo y seguía
concediendo al ciudadanos privado el derecho de presentar demandas por
libelo, la resolución abordó uno de los temas principales de
la prensa libre, es decir, su capacidad para informar acerca del gobierno y
sus funcionarios en forma libre y cabal. La Corte explicó que no
tendría importancia si de vez en cuando había algún
error involuntario, ya que éstos son frecuentes en la "acalorada
búsqueda" de noticias. Pero la ciudadanía tenía que ser
informada y no se podía permitir que un periódico fuera
amenazado con demandas de libelo sólo por hacer su
trabajo. |
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Juez William Brennan, Jr., en New York Times vs.
Sullivan (1964)
Veamos
este caso ante el telón de fondo de un profundo compromiso nacional
con el principio de que el debate de los asuntos públicos debe ser
robusto, muy abierto, libre de inhibiciones, y puede incluir invectivas
vehementes, cáusticas y a veces desagradables contra el gobierno y
los funcionarios públicos. El anuncio en cuestión, como
expresión de agravio y como protesta por uno de los principales
problemas públicos de nuestros tiempos, se perfila con claridad como
digno merecedor de la protección constitucional. La cuestión a
dilucidar es si ha perdido esa protección por la falsedad de algunas
de sus declaraciones de hechos y por la presunta difamación
perpetrada por el demandado. Las interpretaciones autorizadas de las
garantías de la Primera Enmienda se han
negado sistemáticamente a reconocer excepciones a cualquier prueba de
veracidad --sea ésta administrada por jueces, jurados o funcionarios
administrativos-- y sobre todo a ninguna que haga caer sobre el comunicador
la carga de probar la verdad. La protección constitucional no se basa
en la veracidad, la popularidad o la utilidad social de las ideas y
creencias que se presentan.... El daño a la reputación de un
funcionario no es una justificación mejor que el error factual, para
reprimir una expresión que, por todo lo demás, debería
ser libre.... La crítica de su conducta en el cargo no pierde la
protección constitucional por el mero hecho de ser eficaz y, por lo
tanto, mermar la reputación del funcionario
aludido. |
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El
segundo pilar de la moderna libertad de prensa se conoce como el caso de los
Documentos del Pentágono, cuyo origen fue la publicación de
documentos sustraídos del Departamento de Defensa por un empleado
civil que se oponía a la intervención de los Estados Unidos en
la Guerra de Vietnam. Los documentos formaban parte de una revisión
en gran escala ordenada en 1967 y no contenían información
secreta sobre las actividades militares en curso en el sudeste de Asia. Sin
embargo, en ellos se reveló el estado de ánimo de los
planificadores de políticas y los errores de juicio que condujeron al
creciente compromiso bélico de este país durante el gobierno
de Lyndon Johnson. A pesar de que ahora un nuevo presidente ocupaba la Casa
Blanca, Richard Nixon se opuso a la publicación de esos documentos,
basado en la idea de que podían producir un efecto adverso a los
intereses de seguridad nacional.
El New York Times inició la publicación de los
Documentos del Pentágono el 13 de junio de 1971 y poco
después, cuando el gobierno obtuvo un mandamiento judicial temporal,
el Washington Post empezó a publicar su propia copia de esos
documentos. Cuando el gobierno acudió a los tribunales para detener
las operaciones del Post, el Boston Globe tomó la
estafeta. Como quiera que los tribunales menores no se pusieron de acuerdo
acerca de si se podía aplicar una restricción previa y el
gobierno quería resolver el problema con rapidez, la Corte Suprema accedió a atraer el caso con
carácter de urgente. Aun cuando a veces se ha criticado al sistema
judicial por su lentitud, los jueces procedieron con asombrosa rapidez en
esa ocasión. Accedieron a atraer el caso un viernes, oyeron los
testimonios verbales el sábado y pronunciaron su veredicto el martes
siguiente, apenas 17 días después de que el Times
inició la publicación.
La sentencia fue la declaración más clara hasta entonces de
que el gobierno no tenía por qué imponer su censura a la
prensa o impedir la divulgación de información sólo
porque ésta puede ser embarazosa. Tres de los jueces estimaron que el
gobierno nunca debió haber obtenido mandamientos judiciales en los
tribunales menores y criticaron a éstos por haber condonado semejante
intento de aplicar la restricción previa. Aun cuando la Corte no dijo
que la restricción previa no se pueda imponer en ninguna
situación (siguió en vigor la excepción aplicable a la
información claramente delicada en momentos de emergencia, como en
tiempo de guerra), puso en claro que el material de los Documentos del
Pentágono no pertenecía a esa categoría. |
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Juez William O. Douglas, concordancia en New York
Times vs. Estados Unidos (1971)
Estas revelaciones pueden producir un fuerte impacto. Pero eso no es
razón para autorizar que se aplique a la prensa una
restricción previa.... El propósito preponderante de la Primera Enmienda fue prohibir una práctica
generalizada por la cual el gobierno suprimía la información
embarazosa. Un debate de grandes proporciones está en marcha en la
nación a causa de nuestra posición en Vietnam. El debate
abierto y la discusión de los asuntos públicos son vitales
para nuestra salud nacional. |
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No todos
estuvieron de acuerdo y el ex general y embajador en Vietnam, Maxwell
Taylor, expresó el resentimiento de muchos miembros del gobierno por
la resolución de la Corte. El derecho del ciudadano a la
información, declaró, se limita "a las cosas que necesita
saber para ser un buen ciudadano y desempeñar sus funciones", y nada
más. Pero el único propósito de la resolución de
la Corte era, de hecho, permitir que el ciudadano cumpliera con su deber. El
juez Douglas recordó que estaba en marcha un importante debate
nacional en torno al papel de los Estados Unidos en Vietnam.
¿Cómo podrían los ciudadanos cumplir con su deber y
participar inteligentemente en el debate si se les negara información
importante?
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Sin embargo, el New York Times, el Washington Post y otros
grandes periódicos no son individuos, sino grandes corporaciones con
miles de empleados y activos que ascienden a varios millones de
dólares. ¿Qué relación hay entre el hecho de
conceder tanta latitud a la prensa --a menudo representada por entidades
empresariales-- y los derechos de la gente? Es preciso recordar las palabras
del juez Brandeis acerca de los deberes del ciudadano que comentamos en el
capítulo sobre la libertad de expresión, cuando dijo "que la
discusión pública es un deber político; y que esto
debería ser un principio fundamental del gobierno de los Estados
Unidos". No obstante, para poder participar en esa discusión y
cumplir con nuestras responsabilidades de ciudadanos, tenemos que estar
informados. La información precisa no siempre proviene directamente
del gobierno, ya que la puede proveer una fuente independiente, y para la
preservación de la libertad y la democracia es
menester que esas fuentes gocen de independencia total y no estén
amenazadas. |
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Thomas Carlyle habla acerca de la prensa
(1841)
Burke dijo que hay Tres Poderes en el Parlamento, pero que en la
galería de los reporteros se sienta un Cuarto Poder mucho más
importante que los demás. Esto no es sólo una metáfora
o una frase ingeniosa, sino literalmente un hecho muy trascendental para
nosotros en estos tiempos. |
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Al decir
que la prensa es un "cuarto poder", Burke se refería a que la
capacidad de ésta para influir en la opinión pública la
convierte en una importante fuente de poder en el gobierno de una
nación. En tiempos modernos vemos de otro modo el papel de la prensa
libre, pero todavía lo hacemos en términos casi
institucionales. El juez Potter Stewart vio el papel de la prensa libre como
un factor esencial para denunciar la corrupción y preservar la
honradez del proceso político. Su colega del tribunal superior,
William O. Douglas, se hizo eco de ese sentimiento cuando explicó que
la prensa hace factible "el derecho del público a la
información. El derecho de saber es crucial para el proceso del
gobierno del pueblo". |
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Juez Potter Stewart habla del papel de una prensa
libre (1975)
La garantía de la Libertad de Prensa es, en esencia, una
disposición estructural de la Constitución. La mayoría
de las disposiciones contenidas en la Carta de Derechos protegen libertades
específicas o derechos específicos de los individuos.... En
cambio, la Cláusula de Prensa extiende su protección a toda
una institución. |
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Un buen ejemplo de la forma en que la prensa
desempeña su papel estructural se relaciona con el sistema de
justicia penal. Además de la protección de los derechos del
acusado expuesta en otros capítulos, el ciudadano necesita saber si
los procesos de administración de justicia funcionan bien.
¿Son imparciales los juicios? ¿Se realizan en forma expedita o
hay retrasos que causan dificultades? Sin embargo, la persona término
medio no tiene tiempo para ir al tribunal local a presenciar los juicios y
tampoco dedica varias horas a observar la transmisión por
televisión de algunos juicios. Más bien, la información
se obtiene de la prensa, ya sea el diario de la mañana o el
noticiario nocturno de radio o televisión. Y si se prohíbe
que la prensa asista a los juicios, entonces no podrá proveer la
información que "es crucial para el proceso del gobierno del
pueblo".
¿Y qué se puede decir de la necesidad de que el juicio sea
imparcial? Si el crimen es demasiado atroz, si las emociones están
caldeadas en la localidad, si un exceso de publicidad puede reducir las
posibilidades de reunir un jurado imparcial, ¿no será entonces
preferible excluir a la prensa? Según la Corte Suprema, la respuesta
es no. A juicio del presidente de ese tribunal, Warren E. Burger, "las
restricciones previas a la palabra y la publicación son las
infracciones más graves y menos tolerables contra los derechos de la
Primera Enmienda". Los jueces tienen diversos medios para lidiar con estas
cuestiones, incluso ordenar que los abogados de la defensa y la
fiscalía guarden silencio, exigir un cambio de tribunal
(ubicación) a un entorno menos exaltado y someter a los jurados a un
secuestro.
El caso clave en la cobertura de prensa de procesos judiciales se conoce
como Richmond Newspapers, Inc. vs. Virginia (1980) y en él se
concretó el derecho del pueblo a ser informado por una prensa libre.
Un hombre fue arrestado por homicidio y, a causa de diversos problemas, se
le juzgó en tres ocasiones en forma incorrecta. Por lo tanto, cuando
dio principio el cuarto juicio, el juez, la parte acusadora y el abogado
defensor coincidieron en que las puertas del tribunal debían
permanecer cerradas tanto para los espectadores como para la prensa.
Los periódicos locales interpusieron una demanda contra el fallo
del juez y, en una decisión importante, la Corte ponderó los
intereses de la Primera y la Sexta Enmiendas --el derecho a la libertad de
prensa y el derecho a un juicio imparcial-- y encontró que son
compatibles. La garantía de "un juicio expedito y público" de
la Sexta Enmienda no sólo brinda protección al acusado contra
juicios secretos de tipo inquisitorial, sino valida también el
derecho del público a estar presente en el proceso y presenciarlo.
Ante la imposibilidad manifiesta de que toda la población de
Virginia, o siquiera la de Richmond, asistiera al juicio, la prensa tuvo que
ser admitida para que informara sobre las sesiones y ayudara a garantizar
que el juicio se llevara a cabo con imparcialidad. |
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Presidente de la Corte Suprema, Warren E. Burger, en
Richmond Newspapers, Inc. vs. Virginia (1980)
La Carta de Derechos fue promulgada con el telón de fondo de la
larga historia de juicios que, según se presumía, eran
abiertos. El acceso del público a los juicios se estimaba entonces
como un aspecto importante del proceso mismo; la conducción de
juicios "ante el mayor número posible de personas que quieran
asistir" se consideraba como una de "las inapreciables ventajas de una
constitución inglesa de gobierno libre". Al garantizar ciertas
libertades, como la de expresión y la de prensa, se puede decir que
la Primera Enmienda garantiza el derecho de todos a concurrir a los juicios
para dar significado a esas garantías explícitas. "La Primera
Enmienda va más allá de la protección de la libertad de
prensa y la expresión individual, y prohíbe que el gobierno
limite el caudal de información que está al alcance de los
miembros del público". La libertad de expresión trae consigo
la libertad de escuchar. En diversos contextos, esta Corte ha sostenido que
la Primera Enmienda alude al derecho de recibir información e ideas.
Lo que esto significa en el contexto de un juicio es que, por sí
solas, las garantías de palabra y de prensa que constan en la Primera
Enmienda prohíben que el gobierno cierre en forma sumaria las puertas
de los tribunales, que por tanto tiempo habían estado abiertas al
público en la época en que dicha enmienda fue adoptada. "Dado
que el lenguaje de la Primera Enmienda no es equívoco.... es preciso
interpretar ésta como un mandato dotado del más amplio alcance
que el lenguaje explícito puede permitir en el contexto de una
sociedad que ama la libertad". |
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A pesar
de que ese caso consistió en un juicio penal, la misma
filosofía se aplica también a los juicios civiles. Oliver
Wendell Holmes (magistrado de la Corte Suprema de 1902 a 1932)
comentó que el escrutinio público aporta la garantía de
la correcta administración de la justicia. "Es deseable",
escribió, "que el juicio de las causas [civiles] se lleve a cabo a
los ojos del público, no porque las controversias de un ciudadano con
otro sean de la incumbencia del público, sino porque es de la
más alta importancia que quienes administran la justicia
actúen siempre teniendo presente la responsabilidad pública,
sabiendo que todo ciudadano debe tener la posibilidad de comprobar con sus
propios ojos la forma en que los funcionarios públicos realizan sus
funciones".
Los avances tecnológicos recientes han traído a un nuevo
entorno la idea de que el público concurra a los juicios. Aun cuando
por ahora no hay un derecho constitucional a introducir cámaras en el
tribunal, muchos estados han aprobado leyes que permiten la
transmisión de juicios. Esto no era factible en los inicios de la
televisión por el tamaño de las cámaras, la necesidad
de usar luces intensas y el requisito de colocar un micrófono en cada
persona. Hoy en día, todo el tribunal puede ser cubierto con unas
cuantas cámaras pequeñas y prácticamente ocultas, con
los controles en una sala adyacente o en un camión estacionado.
Aunque la transmisión de juicios por televisión comenzó
como un experimento, ha resultado muy popular y hay una cadena
estadounidense de televisión por cable, conocida como Court TV, que
transmite los juicios con comentarios de abogados y catedráticos de
derecho. En este rubro, los medios siguen siendo intermediarios entre el
público y el sistema de justicia, pero en una nueva modalidad que da
al espectador una idea más clara de lo que está pasando.
(En forma similar, los procesos de las dos cámaras del Congreso,
las audiencias de éste y de las legislaturas estatales, son
transmitidos de ordinario por cadenas de televisión por cable, en
particular C-SPAN, otro ejemplo de un medio dedicado a conectar a la
población con las actividades del gobierno.)
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Pese a que el concepto del "derecho a la información" que se
infiere de las cláusulas de la Primera Enmienda sobre la libertad de
expresión y de prensa es relativamente nuevo en el pensamiento
político y judicial de los Estados Unidos, también en este
caso la democracia y las libertades que ella trae consigo no se pueden
concebir como una situación estática, sino como algo que
evoluciona a medida que la propia sociedad se transforma. El "derecho de la
gente a la información" guarda una estrecha relación con la
libertad de prensa, pero se apoya en los intereses más generales de
la democracia. Si damos a la democracia el significado que Abraham Lincoln
le dio cuando la describió como "el gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo", entonces los asuntos del gobierno son en realidad
asuntos del pueblo y aquí es donde el papel estructural de la prensa
libre coincide con los intereses democráticos de la
ciudadanía. No se trata de una proposición directa: ni el
pueblo ni la prensa deben saber todo lo que pasa en el gobierno. Por obvias
razones, las cuestiones relativas a la seguridad nacional, los asuntos del
exterior y los debates internos sobre el desarrollo de políticas no
son apropiados para el escrutinio público en su momento. El
catedrático de la escuela de derecho Rodney A. Smolla, verdadera
autoridad en la Primera Enmienda, escribió: "Los gobiernos
democráticos deben ser, en gran parte, abiertos y transparentes. Sin
embargo, hay situaciones en que hasta los gobiernos más abiertos y
democráticos requieren cierta dosis de sigilo o confidencialidad para
funcionar como es debido".
Aunque esto parece ser cuestión de sentido común, el hecho
es que intervienen dos fuerzas que compiten entre sí. Por una parte,
los funcionarios de todos los niveles del gobierno, incluso en una sociedad
democrática, son afectos a no compartir su información con la
prensa o con el público; por la otra, es frecuente que la prensa, con
el apoyo del público, trate de recabar mucho más
información de lo que legítimamente necesita. Para resolver
esa tensión, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley
de la Libertad de Información, también llamada FOIA (por sus
siglas en inglés), en 1967. La ley fue aprobada a instancias de la
prensa y de grupos de interés público disgustados porque la
ley federal vigente, destinada a poner la información al alcance del
público, se usaba a menudo para lograr el efecto contrario. De
acuerdo con la interpretación de la ley, los tribunales han resuelto
aplicar en todos los casos la norma de que la información se debe
hacer pública y las agencias federales deben responder con prontitud
y a conciencia las solicitudes de información de los ciudadanos. Como
complemento de la ley federal, todos los estados han aprobado estatutos
similares sobre la libertad de información acerca de las actividades
del gobierno estatal y sus expedientes.
La ley establece que tanto los ciudadanos individuales como la prensa
pueden hacer solicitudes bajo la FOIA, pero en la práctica la gran
mayoría de éstas las presenta la prensa. Un individuo, aunque
sea un investigador capacitado, sólo puede rastrear un pequeño
número de pistas para justificar su solicitud de información
bajo la FOIA. En cambio, los periódicos y las estaciones de
televisión cuentan con personal numeroso y pueden formar equipos de
trabajo para cada problema; además, tienen recursos para pagar los
costos de copiado de un gran número de documentos. Resulta claro que
está fuera de la capacidad de los medios, ya sea impresos o
electrónicos, investigar cada una de las transacciones del gobierno,
cubrir todos los juicios e informar de cada audiencia legislativa, pero esa
misma imposibilidad hace que la prensa libre sea esencial para la
democracia. El individuo puede aprovechar la cobertura combinada que proveen
los servicios cablegráficos o que publica la prensa local, puede
mirar las audiencias o los juicios por televisión e incluso
informarse en los numerosos portales de noticias y comentarios que hay en
Internet. Después de la época en que la humanidad vivía
en pequeñas aldeas, nunca había sido posible que un solo
ciudadano, si lo desea, esté tan bien informado de las actividades
del gobierno. Gracias a este conocimiento, la persona puede votar en forma
inteligente, firmar una petición a favor o en contra de alguna
propuesta, escribir cartas a la legislatura y, en general, cumplir con las
obligaciones de un ciudadano. Eso sería imposible sin la presencia de
una prensa libre.
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¿Es posible que la prensa vaya demasiado lejos? Cualquier libertad
que se lleva al extremo puede dar lugar al libertinaje. Así como
muchos aplauden la labor de la prensa cuando revela la corrupción del
gobierno, muchos lamentan también la invasión de la intimidad
como resultado del afán de saberlo todo acerca de todos los
funcionarios y las figuras públicas. La preocupación es real y
ha sido atendida sobre todo por los tribunales, quienes han ampliado los
parámetros de la Primera Enmienda por una parte y, al mismo tiempo,
le han impuesto ciertos límites. A pesar de que las organizaciones de
noticias tienden a lamentar cada uno de esos límites como una traba
que debilita la garantía constitucional de la libertad de prensa, la
mayoría de esas restricciones representan, en conjunto, una actitud
apegada al sentido común porque la prensa libre no está exenta
de todas las restricciones que se aplican normalmente a la sociedad. Esas
restricciones incluyen límites a la opción de que el reportero
mantenga en plan confidencial a sus fuentes cuando el Estado necesita
pruebas en un proceso penal; la posibilidad de ser sometido a juicio civil
si el individuo difamado es un particular y no un funcionario
público; y límites de acceso a ciertas instalaciones del
gobierno, como las cárceles. Además, la prensa se quejó
de que cuando Estados Unidos se ha involucrado en operaciones militares, los
reporteros no han tenido acceso al frente de batalla. Tal vez la mejor forma
de examinar esto es preguntar si tendrían sentido esas mismas
restricciones aplicadas a un individuo, y en la mayoría de los casos
sí lo tendrían. Es difícil concebir una razón
convincente para permitir que cualquier individuo visite una prisión
o recorra las trincheras del frente de batalla. Aun cuando esperamos que la
prensa obtenga información para nosotros, reconocemos que
también existen límites a ese respecto.
Además, se ha criticado la invasión a la intimidad de los
funcionarios públicos, pues la prensa informa a veces de asuntos que
tienen poca o ninguna relación con la capacidad del personaje para
desempeñar las funciones de su cargo. En los últimos
años, sobre todo con el crecimiento de Internet y la
televisión por cable, se han publicado innumerables historias sobre
la vida privada de funcionarios del gobierno, del presidente hacia abajo, y
hay un animado debate en torno a cuán lejos debe llegar esa
tendencia. El espectáculo público molesta a mucha gente
convencida de que debe haber una distinción absoluta entre lo
público y lo privado, a fin de colocar bajo los reflectores la
trayectoria pública y no prestar atención alguna a la vida
privada. Otros responden que no es posible trazar esa línea
divisoria. La forma en que los hombres y las mujeres conducen su vida
privada es una clave para conocer su carácter moral y éste, a
su vez, es un factor que la gente tiene derecho de considerar cuando vota
para elegir funcionarios públicos.
A fines de la década de 1980, unos reporteros revelaron el caso de
un senador de Estados Unidos que planeaba contender por la presidencia y
tenía una aventura extramarital. El reportaje acabó con todas
sus esperanzas de ocupar un cargo elevado y él criticó a la
prensa, diciendo que "eso no es lo que los Padres Fundadores tenían
presente hace 200 años". Aunque muchos pensaron que esa
acusación fue acertada, lo cierto es que el mismo tipo de prensa de
denuncia les seguía los pasos a algunos de los Fundadores. Tanto
Alexander Hamilton como Thomas Jefferson vieron cómo sus lances
amorosos fueron tema de virulentos artículos de prensa, pero ninguno
de ellos pensó que amordazar a la prensa fuera la
solución.
Hamilton respondió a esos reportajes usando él mismo a la
prensa para admitir que tenía una relación con Maria Reynolds
y refutar otros cargos que se le imputaban. Poco antes de su muerte,
Hamilton defendió a un editor de Nueva York que había sido
condenado por un tribunal en un juicio de libelo. Hamilton presentó
una clamorosa defensa de la prensa libre, declarando que "la libertad de
prensa consiste en el derecho de publicar la verdad, con buenos motivos y
por fines justificados, sin recibir castigo alguno". Por otra parte,
Jefferson optó por guardar silencio ante los comentarios sobre su
relación con una de sus esclavas, Sally Hemmings. No obstante, aun
cuando creía que la prensa no publicaba más que un
cúmulo de invectivas contra él y sus aliados, mantuvo su fe en
la necesidad de una prensa libre en la sociedad democrática. "Sus
periódicos están llenos de falsedades, calumnias y
afirmaciones temerarias", comentó con un amigo. "Yo los
protegeré en su derecho de mentir y calumniar".
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Al inicio del siglo XXI, la nueva tecnología ha transformado
algunas de las antiguas verdades y suposiciones sobre el papel de la prensa
libre. Por ejemplo, la radio y la televisión fueron consideradas por
muchos años como las partes menos protegidas de la prensa porque se
tenía la idea errónea de que graves restricciones
técnicas limitaban el número de estaciones que podían
salir al aire. Por lo tanto, el Congreso resolvió, con la anuencia de
los tribunales, que las radiofrecuencias pertenecían al
público y que las radiodifusoras debían tener una licencia
para transmitir en ciertas frecuencias. A cambio de las licencias, las
estaciones de radio --y más tarde las de televisión-- se
tenían que someter a ciertas reglas del gobierno que a menudo
entorpecían su capacidad para obtener noticias o difundir su
opinión editorial. El desarrollo de los sistemas de
distribución por cable y satélite ha puesto fin al concepto de
la radiodifusión como un recurso limitado, y los medios
correspondientes han empezado a ocupar todo el lugar que les corresponde
junto a los medios impresos tradicionales.
El advenimiento de la Internet plantea muchas preguntas cuya respuesta no
se conocerá en los próximos años. Por primera vez en la
historia, una sola persona, con una inversión mínima, puede
publicar sus opiniones no sólo para el público local, sino
para todo el mundo. Pese a que una persona no puede tener la misma capacidad
de obtención de noticias que un periódico o una
estación de televisión, en materia de opinión puede
gritar la suya con gran fuerza a todo el que quiera escucharla. Más
aún, algunos individuos han creado servicios de noticias en Internet
que proveen información especializada al instante sobre
política, el clima, el mercado de valores, deportes y modas.
Además de los medios impresos y las difusoras, el mundo tiene ahora
una tercera rama de la prensa: el servicio por Internet.
En lo que se refiere a los derechos de la gente, es válido
argumentar que el flujo de noticias nunca puede ser excesivo. La cabecera de
muchos periódicos estadounidenses reproduce estas palabras de las
Escrituras: "Vosotros conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres". Los Padres Fundadores creían que una prensa libre era una
protección necesaria del individuo frente al gobierno. El juez
Brandeis pensó que la prensa libre provee la información que
la gente necesita para cumplir con los deberes del ciudadano. Tal vez en
ninguna otra esfera sea tan rápido el cambio del carácter de
un derecho como en la recopilación y difusión de
información por la prensa, pero la tarea aún es la misma. La
Cláusula de Prensa de la Primera Enmienda sigue siendo un baluarte
estructural de la democracia y del pueblo.
Lecturas complementarias:
Fred W. Friendly, Minnesota Rag (Nueva York: Random House,
1981).
Elizabeth Blanks Hindman, Rights & Responsibilities: The Supreme Court
and the Media (Westport: Greenwood Press, 1997).
Anthony Lewis, Make No Law: The Sullivan Case and the First
Amendment (Nueva York: Random House, 1991).
Lucas A. Powe, Jr., The Fourth Estate and the Constitution: Freedom of
the Press in America (Berkeley: University of California Press,
1991).
Bernard Schwartz, Freedom of the Press (Nueva York: Facts on File,
1992).
Capítulo 5: El derecho de
portar armas »
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