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Los Derechos del Pueblo: Libertad individual y la Carta de
Derechos
C A P Í T U L O
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El derecho de voto Ni los Estados Unidos ni
ningún estado de la Unión negará o coartará a
los ciudadanos de los Estados Unidos el derecho al sufragio por razón
de raza, color o condición previa de esclavitud.
Decimoquinta Enmienda a la Constitución de
los Estados Unidos (1870)
El
derecho al sufragio de los ciudadanos de los Estados Unidos no será
negado o coartado por el gobierno federal o por ningún estado por
razón de género. Decimonovena Enmienda
(1920)
El
derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos a votar en una
elección primaria o en cualquiera otra... no les será negado o
restringido... porque hayan dejado de pagar alguna capitación o
cualquier otra contribución tributaria.
Decimocuarta Enmienda (1964)
El
derecho al voto de los ciudadanos de los Estados Unidos que tengan dieciocho
años de edad o más no será denegado o coartado por el
gobierno federal o por cualquier estado por razón de
edad. Vigésima sexta Enmienda (1971)
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Abraham Lincoln dio la mejor descripción de la democracia como "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo". Sin embargo, para que el gobierno sea ejercido "por el
pueblo" es necesario que el pueblo decida quiénes serán sus
dirigentes. La sociedad democrática no puede existir sin elecciones
libres e imparciales, y si los funcionarios del gobierno no rinden cuentas
en forma constante al electorado, entonces ninguno de los demás
derechos puede estar garantizado. Por lo tanto, el derecho al voto no
sólo es una libertad individual importante, sino también una
piedra fundamental del gobierno libre.
una pregunta persistente en la historia de este país ha sido
quién debe tener ese derecho. un tema que se percibe en todo el
pasado estadounidense es la expansión gradual del voto, desde que
estaba reservado sólo para varones blancos dueños de
propiedades hasta que el sufragio universal se concedió casi a todas
las personas mayores de 18 años. un tema conexo consiste en
garantizar que cada uno de los votos tenga el mismo valor neto, en la medida
en que esto sea posible en un sistema federal. pero como los estadounidenses
ven a menudo este derecho como lo más natural, no siempre lo han
ejercido con toda la cabalidad que debieran. con casi 200 millones de
ciudadanos en condiciones de votar, demasiadas personas piensan que su
sufragio individual no contará. sin embargo, el escaso margen que
decidió la elección presidencial de 2000 ha sido un
recordatorio de que cada uno de los votos cuenta.
No obstante, sería un error creer que la expansión del
sufragio fue un proceso inevitable o pacífico. Los norteamericanos
coloniales creían sin duda en las elecciones libres, pero pensaban
también que el derecho de voto sólo se debía conceder a
los varones con propiedades, cuya riqueza los dotaba de un mayor
conocimiento de las necesidades de la sociedad. La historia de este derecho,
aunque esencial para los mecanismos de la democracia y la protección
de las garantías individuales, es una serie incesante de
conflictos. |
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Alexis de Tocqueville, La democracia en los Estados
Unidos (1835)
Cuando un pueblo empieza a poner trabas para que alguien tenga derecho
al sufragio, podemos estar seguros de que tarde o temprano lo abolirá
por completo. Esa es una de las reglas más invariables del
comportamiento social. Cuanto más lejos se extienda el límite
de los derechos de voto, tanto más fuerte será la necesidad de
ampliarlos aún más, ya que las fuerzas de la democracia se
fortalecen con cada nueva concesión y sus exigencias aumentan a
medida que se acrecienta su poder. La ambición de quienes quedan por
debajo del límite de elegibilidad aumenta en proporción al
número de los que están por encima del mismo. Por
último, la excepción se convierte en la regla; las concesiones
se suceden unas a otras sin interrupción y ya no hay punto de reposo
hasta el momento en que se logra el sufragio universal. |
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A pesar
de la "regla" de Tocqueville, el avance del sufragio universal no ha sido ni
directo ni sencillo. En la era de Jackson (décadas de 1820 a 1840)
hubo enconadas luchas políticas para suprimir el requisito de tener
propiedades. Una sangrienta guerra civil que casi partió en dos al
país condujo a la concesión del voto a los ex esclavos negros.
En la Primera Guerra Mundial, los partidarios del sufragio femenino
presionaron a favor de su causa aprovechando el llamado de Woodrow Wilson a
hacer del mundo un lugar seguro para la democracia. Así mismo, el
sacrificio de hombres de color en la Segunda Guerra Mundial hizo que los
tribunales empezaran a suprimir los obstáculos que habían
erigido para privar del sufragio a los negros. A su vez, la muerte de tantos
jóvenes en Vietnam en la década de 1960 dio lugar a que la
edad mínima para votar se redujera a 18 años. En fecha
más reciente, se requirieron largos litigios en los tribunales
federales para enmendar el mal reparto de las legislaturas estatales, creado
por los cambios de la población en casi un siglo, para establecer
condiciones más igualitarias de votación en muchos estados.
Cada paso en la expansión del sufragio se ha logrado con intensa
lucha y el camino al sufragio universal no ha sido ni corto ni
fácil.
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John Adams a James Sullivan acerca del sufragio
(1776)
El mismo
razonamiento que nos induciría a admitir que todos los hombres que
carecen de propiedades votaran, junto con los que sí las tienen...
demostraría que también sería preciso admitir que voten
las mujeres y los niños; porque, en términos generales, las
mujeres y los niños tienen tan buen juicio y poseen mentes tan
independientes como los hombres que carecen por completo de propiedades....
Puede estar seguro, señor mío, de que es peligroso abrir una
fuente tan pródiga de controversia y altercados como la que se
abriría si se intentara alterar los requisitos para ser votantes; eso
no tendría fin. Surgirían nuevas exigencias; las mujeres
exigirían el voto; mozalbetes de doce a veintiún años
pensarían que sus derechos no habían sido debidamente
reconocidos; y todos los hombres que no poseen ni un cuarto de penique
exigirán tener la misma voz que cualquiera en todos los actos del
Estado. Eso tendería a confundir y destruir todas las diferencias y
aplanaría todas las jerarquías a un solo nivel
común. |
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La
opinión de Adams era la más común en la época de
la Revolución de los Estados Unidos y la creación de la
Constitución, documento que ni siquiera menciona el derecho de voto.
Tanto la madre patria como sus colonias imponían la condición
de ser propietario para poder votar y basaban esta práctica en dos
suposiciones. Primera, los hombres propietarios de bienes, sobre todo de
tierras, tenían un interés personal en preservar a la sociedad
y el gobierno a fin de proteger su riqueza. Segunda, sólo los hombres
propietarios tenían la "independencia" suficiente para tomar
decisiones políticas importantes y asesorar a los miembros de la
asamblea a cargo de debatir y decidir esas cuestiones. El militar y
teórico político inglés del siglo XVII Henry Ireton
escribió que el cimiento de la libertad es "que quienes van a elegir
a los que harán las leyes deben ser hombres que no dependan de nadie
más". Para la gente de clase media y alta, esa independencia
sólo se podía obtener mediante la posesión de
propiedades.
Este concepto de "independencia" dio lugar a la exclusión de las
mujeres (que eran dependientes de sus esposos), los jóvenes (que
dependían de sus padres), los esclavos y siervos (dependientes de sus
amos) y los asalariados (que dependían de un empleo temporal para su
sobrevivencia). Además, varias colonias excluían a los
católicos, a los judíos y también a los
indígenas. Además de eso, los criterios sobre cuántos
bienes debía tener un hombre para tener derecho de votar eran
diferentes, no sólo de una colonia a otra, sino dentro de cada
colonia, del campo a la ciudad. La gente que vivía en áreas
urbanas podía tener menos bienes raíces que sus parientes del
campo, pero bienes personales mucho más abundantes. En general, los
historiadores estiman que en la época de la Revolución de los
Estados Unidos, la proporción de varones blancos adultos con derecho
al voto era tal vez tres de cada cinco, una cifra más alta que la de
Gran Bretaña, pero todavía relativamente pequeña.
Sin embargo, la Revolución tuvo un efecto democrático mucho
mayor de lo que muchos de sus partidarios esperaban. Si se toma en serio el
grito de batalla de no aceptar "ningún impuesto sin
representación", esa expresión que se generalizó a
raíz de los disturbios por el Impuesto del Timbre en 1765, muchas
personas que pagaban impuestos estaban privadas del derecho de voto. O no
tenían propiedades, pero pagaban impuestos sobre las
mercancías que compraban, o sus bienes no satisfacían el
mínimo requerido para votar. Un escritor de la Maryland
Gazette declaró en 1776 que "la finalidad definitiva de toda
libertad es poder gozar del derecho al libre sufragio". Si eso era cierto,
entonces a ocho de cada 10 colonos se les negaba en verdad la libertad
Esta lógica no se perdió entre los colonos rebeldes.
Así como Adams y otros conservadores querían mantener un
sufragio limitado, la rebelión contra la autocracia del rey
desembocó en una rebelión similar contra el requisito de tener
propiedades para poder votar. El lema "ningún impuesto sin
representación" halló tanta aplicación en el caso de la
asamblea estatal o el consejo municipal, como en el caso del rey y el
Parlamento. Los hombres no lucharían por la independencia si
ésta sólo consistiera en instaurar un régimen
antidemocrático en lugar de otro. En medio de la Revolución,
los ciudadanos del oeste de Massachusetts declararon: "Ningún hombre
puede ser obligado a obedecer una ley a la cual no ha dado su
consentimiento, ya sea en forma personal o a través de su
representante legal".
En consecuencia, el concepto del requisito de ser propietario
cedió su sitio a requisitos tributarios, por lo menos en algunas
regiones. Si la gente pagaba impuestos, entonces debía tener derecho
de voto, ya que sólo por medio del sufragio podía evitar que
el gobierno abusara de sus facultades y le arrebatara su libertad. El
resultado fue que, a pesar de su indudable expansión después
de la Revolución, el sufragio seguía estando lejos de ser
universal, y el requisito de tener propiedades, ya sea como la
posesión efectiva de bienes reales o personales, o a partir de
ciertos niveles mínimos de tributación, siguió
restringiendo el derecho de voto durante los siguientes 50 años.
¿Pero acaso la posesión de bienes impartía a los
hombres más sabiduría? ¿Acaso el amor a la libertad, o
el buen juicio en asuntos públicos, depende de la riqueza propia?
Benjamin Franklin, tal vez el más cabal de los demócratas que
concurrieron a las convenciones en las que fueron redactadas la
Declaración de Independencia en 1776 y la Constitución en
1787, no creía en verdad que eso fuera cierto. |
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Benjamin Franklin habla del sufragio
Un hombre tiene hoy un asno que vale cincuenta dólares y esa
posesión le da derecho de voto; sin embargo, el asno muere antes de
la siguiente elección. Entre tanto, el hombre adquirió
más experiencia, su conocimiento de los principios del gobierno y su
comprensión de la humanidad son más amplios, por lo cual
está más capacitado para hacer una selección sensata de
funcionarios. Pero el asno ha muerto y el hombre no puede votar. Ahora bien,
caballeros, les suplico que me informen ¿en quién se basaba el
derecho al sufragio? ¿En el hombre o en el asno? |
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El
comentario de Franklin se habría de repetir una y otra vez en el
medio siglo siguiente, a medida que se desataron las luchas para generalizar
el sufragio en cada uno de los estados. (Desde la fundación de la
nación hasta la Guerra Civil, los requisitos para el voto fueron
controlados por el Estado. Aún hoy, a pesar de la presencia de varias
disposiciones constitucionales y de leyes federales sobre el derecho al
voto, la responsabilidad primordial en la administración del sufragio
sigue recayendo en los estados.) El requisito de tener propiedades fue
eliminado poco a poco en uno tras otro de los estados, hasta que todos lo
suprimieron hacia 1850. En 1855, los requisitos de haber pagado impuestos
también fueron desechados, por lo cual quedaron pocas barreras
económicas, o ninguna, que privaran del voto a los varones adultos
blancos.
Los especialistas citan varias razones para esta evolución.
Mencionan las reformas democráticas de la era de Jackson, que
pusieron fin a muchas prerrogativas económicas. La expansión
de la Unión hacia el oeste creó también estados donde
había poca riqueza y en los que el espíritu igualitario de la
frontera era dominante. En los estados más antiguos, el crecimiento
de la industria y las ciudades creó una abundante clase obrera que
exigía la participación en el proceso político aun
cuando sus miembros no tuvieran tierras ni bienes personales apreciables.
Incluso en los estados del Sur, donde la aristocracia provinciana
seguía teniendo el mando, el crecimiento de la clase media y la clase
trabajadora en las ciudades dio lugar a la exigencia de suprimir el
requisito de tener propiedades para poder votar. Los ciudadanos de Richmond,
Virginia, solicitaron la convención constitucional del estado en 1829
y manifestaron que si alguna vez la Mancomunidad necesitaba ser defendida de
un ejército extranjero, como había ocurrido en el pasado, no
se haría distinción alguna entre los que tienen tierras y los
que no las tienen. |
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Declaración formal de los no propietarios
residentes de la ciudad de Richmond (1829)
[El requisito de tener propiedades] crea una odiosa distinción
entre los miembros de la misma comunidad; priva de toda participación
en la promulgación de las leyes a gran parte de los ciudadanos que
están obligados a obedecerlas y comprometen su sangre y su caudal
para mantenerlas, y concede las más altas prerrogativas a una clase
privilegiada, no en atención a sus servicios públicos sino a
su propiedad privada....
A la hora del peligro nunca se hacen distinciones denigrantes entre los
hijos de Virginia. Las listas de reclutamiento no son sometidas a
escrutinio, no se efectúan comparaciones con los registros de
propiedades para excluir del servicio a los que han sido eliminados de las
filas de los ciudadanos. Si los ciudadanos sin tierra han sido
ignominiosamente excluidos de las urnas en tiempo de paz, al menos durante
las guerras han sido convocados con generosidad para ir al campo de
batalla. |
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La mayor
fuerza impulsora de la expansión del sufragio fue tal vez la
irrupción de partidos políticos organizados que propusieron
plantillas de candidatos para contender por los cargos públicos
defendiendo un punto de vista político específico. En la
primera mitad del siglo XIX, el Partido Demócrata, dirigido por los
seguidores de Andrew Jackson, movilizó a los votantes urbanos y
encabezó la lucha para generalizar el sufragio y suprimir el
requisito de tener propiedades. Sus opositores, los whigs, habrían
preferido mantener limitado el acceso al sufragio, pero al darse cuenta de
que estaban luchando por una causa perdida, se unieron a los
demócratas y esperaron recibir así una parte del
crédito y captar también los votos de los que ahora
podrían ejercer con libertad el voto.
Sin embargo, aun cuando en la década de 1850 la mayoría de
los varones blancos mayores de 21 años podían votar, dos
grandes grupos seguían estando excluidos del proceso político:
los afro-estadounidenses y las mujeres.
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Delegado a la Convención Constitucional de
Indiana (1850)
Según nuestra idea general del derecho del
sufragio universal, no tengo objeción que hacer... pero si la
intención con que se toma esa resolución es ampliar el derecho
de sufragio para incluir a las mujeres y los negros, estoy contra ella.
Tengo entendido que este texto, "todos los hombres blancos y libres mayores
de 21 años", debe ser la medida del sufragio
universal. |
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La ley
evadía por completo el problema del estado jurídico de los
esclavos negros en el Sur, los cuales no tenían derecho de hablar, y
mucho menos al sufragio. Ni siquiera los afro-estadounidenses libres
podían votar, ya sea que vivieran en el Norte o en el Sur, al tiempo
que las mujeres, a pesar de la aprobación de algunas leyes de reforma
que les permitieron tener propiedades y entablar juicios, eran consideradas
todavía por la ley como personas dependientes de su esposo o de su
padre e inadecuadas para el ejercicio del voto.
Se requirió una guerra civil para abolir la esclavitud en los
estados del Sur y, como parte del intento de conceder a los ex esclavos la
igualdad y un estado legal apropiado, la nación aprobó tres
enmiendas a la Constitución. La Decimotercera abolió la
esclavitud como institución; la Decimocuarta hizo por primera vez de
la ciudadanía un rasgo nacional y la confirió a todas las
personas nacidas en los Estados Unidos o naturalizadas; y la Decimoquinta
prohibió que cualquiera de los estados negara el derecho de voto por
motivos de raza.
Por desgracia, la promesa de la emancipación no tardó en
desvanecerse en el Sur, cuando uno a uno de esos estados no sólo
erigió obstáculos jurídicos o procesales para impedir
el acceso de los negros a las urnas, sino también promulgó
leyes que relegaron a éstos a una situación de inferioridad
permanente. No fue sino hasta la Segunda Guerra Mundial, en la que
combatieron soldados norteamericanos negros y blancos para derrotar a los
fascistas, cuando se hizo patente que no es posible luchar por los derechos
del pueblo en el exterior, al tiempo que esos mismos derechos se les niegan
a algunos estadounidenses sólo por el color de su piel.
En medio de la guerra, la Corte Suprema recibió una
impugnación al sistema de elecciones primarias exclusivas para
blancos, que era la norma en todo el Sur. En las elecciones primarias, los
miembros de un partido escogían entre los candidatos al que
habría de ser el representante del partido en la elección
general de noviembre. Desde la década de 1880 hasta la de 1960, la
persona que ganaba las primarias del Partido Demócrata en la
mayoría de los estados del Sur tenía la victoria asegurada en
la elección general, porque el Partido Republicano era muy
débil en esa región. Pese a que, por esa razón, las
primarias eran una parte importante del proceso de elecciones, tal vez la
más importante, los estados sureños sostenían la
falacia de que los partidos políticos eran organizaciones privadas y,
como tales, se podía impedir que los negros se afiliaran a ellos y,
por ende, que votaran en las primarias. En 1944, la Corte Suprema puso fin a
esa falacia e inició el proceso por el cual los afro-estadounidenses
pudieron reclamar su legítimo derecho al voto. |
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Juez Stanley Reed en Smith vs. Allwright
(1944)
Cuando las primarias llegan a formar parte de la maquinaria para la
elección de funcionarios estatales y nacionales, como sucede
aquí, las mismas pruebas que se usan para determinar el
carácter de la discriminación o restricción se
deberían aplicar tanto en las elecciones primarias como en la
elección general.... Estados Unidos es una democracia constitucional. Su ley orgánica
garantiza a todos los ciudadanos el derecho de participar en la
elección de funcionarios públicos sin que ningún estado
restrinja tal derecho por motivos de raza. Esta garantía del pueblo,
de tener oportunidad de elegir, no debe ser anulada por estado alguno
mediante procesos de votación en los que una organización
privada pueda ejercer discriminación racial en las elecciones. Los
derechos constitucionales serían de escaso valor si pudieran ser
denegados de esta manera indirecta. |
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La lucha
por la igualdad para los negros estaba lejos de haber concluido y en la
década de 1950 y 1960, los grandes movimientos de los derechos
civiles encabezados por Martin Luther King, Jr., Thurgood Marshall y otros,
combatieron la discriminación racial en los tribunales y en los
recintos del Congreso. Algunos de los resultados en
materia de voto fueron la Vigésima cuarta Enmienda en 1964, que
abolió el impuesto de capitación (por el cual se exigía
el pago de un impuesto para tener derecho al voto, con lo cual se
impedía que mucha gente pobre, sobre todo negros, ejerciera el
sufragio) y la memorable Ley de los Derechos de Voto de 1965. Por primera
vez en 100 años, las Enmiendas de Reconstrucción adoptadas al
final de la Guerra Civil pudieron ser aplicadas y la ley no sólo
señaló las prácticas que privaban a los negros del
derecho de voto, sino confirió al gobierno federal las facultades
necesarias para aplicar la ley en todos los niveles.
No se puede negar la importancia de la Ley de los Derechos de Voto, no
sólo por su éxito al hacer que los afro-estadounidenses
pudieran acudir a las urnas, sino también porque consiguió que
el derecho al voto se generalizara en gran parte de la nación. En un
sistema federal, muchas de las funciones del gobierno están a cargo
de los estados, funciones que en otros países ejerce el gobierno
nacional. Como se dijo antes, los comicios eran controlados por la ley
estatal, y en gran parte todavía lo son. Hasta 1870, los estados
establecían todos los requisitos para votar; se supone que en ese
año la Decimoquinta Enmienda prohibió que los estados negaran
el voto por motivos de raza. En enmiendas ulteriores, el sufragio se
amplió para incluir a las mujeres y los menores de 18 años, y
el impuesto de capitación fue abolido. La Ley de los Derechos de Voto
fue aún más lejos y, en los estados que mostraban pautas
evidentes de discriminación, registradores federales tomaron a su
cargo los procesos de registro de votantes y los comicios, asegurando
así que a las minorías no se les prive de ejercer el voto.
Algunos estados siguen sujetos a las condiciones de esta ley de 1965, aun
cuando el control estatal se ha restablecido en la mayoría de las
operaciones diarias de la maquinaria electoral. Pero a pesar de que los
estados dirijan todavía las elecciones, ahora lo tienen que hacer a
la luz de las normas y los procedimientos nacionales.
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Declaración de la Convención de Seneca
Falls (1848)
La
historia de la humanidad es una historia de repetidos agravios y
usurpaciones perpetradas por el hombre contra la mujer, encaminados al
objetivo directo de establecer una tiranía absoluta sobre
ella. Él jamás ha permitido que ella ejerza su
derecho inalienable de votar en las elecciones. Él la ha obligado a someterse a leyes en cuya
formulación ella no tuvo derecho de opinar. Al
privarla de este derecho al sufragio, el primer derecho de todo ciudadano,
la ha dejado sin representación alguna en los recintos de la
legislación. Él la ha oprimido en todos los aspectos.
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No se
sabe con claridad cuándo empezaron las mujeres a pugnar por el
derecho al sufragio, pero hay indicios de que ellas votaban en forma
ocasional en algunos estados, después de la Revolución. De
ordinario, se cree que el inicio formal de la agitación en favor del
sufragio universal, incluso para la mujer, fue la Convención de
Seneca Falls de 1848, la cual copió explícitamente gran parte
de la Declaración de Independencia y luego insertó en ella los
pecados del hombre contra la mujer, en sustitución de los agravios de
Jorge III contra sus colonias de Norteamérica. Pero el movimiento de
reforma de la década de 1850 sólo pudo impulsar una
campaña importante, que resultó ser la abolición de la
esclavitud y en el que las mujeres desempeñaron un papel clave. Sin
embargo, cuando el Congreso concedió el derecho de voto a los ex
esclavos, las mujeres se sintieron traicionadas. Como quiera que los estados
seguían controlando el voto, las mujeres empezaron a cabildear en las
legislaturas estatales por su derecho al sufragio. El territorio de Wyoming
reconoció el voto femenino en 1869, pero en 1900 sólo cuatro
estados habían concedido a las mujeres la plena igualdad
política. El movimiento cobró ímpetu en la era
Progresista, los dos decenios de fermento reformista transcurridos entre
1897 y 1917, y los partidarios del sufragio exigieron una enmienda
constitucional.
Cuando Estados Unidos se involucró en la Primera Guerra Mundial en
un intento declarado de salvar la democracia, la prudencia política
dictaba que no era posible enviar a estadounidenses al exterior, a combatir
y morir por un ideal, mientras éste se le negaba a la mitad de la
población de su país. El presidente Woodrow Wilson, que al
principio se opuso a dicha enmienda, ahora le daba su apoyo y el Congreso
aprobó una enmienda constitucional en junio de 1919. En menos de un
año se reunieron los 36 estados necesarios para ratificar la enmienda
propuesta, muy a tiempo para que las mujeres votaran en la elección
presidencial de 1920.
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Una vez que la ley estadounidense garantizó que cada adulto
tuviera derecho al voto, el siguiente gran logro de mediados del siglo XX
fue asegurarse de que el voto de cada persona contara, no sólo en
términos de la operación de recuento, sino en
proporción a la preferencia electoral de los demás votantes
del estado. La Constitución expresa con claridad que cada estado
deberá tener dos senadores y que los miembros de la Cámara de
Representantes serán designados en proporción a la
población de cada estado comparada con la población nacional,
según se determine por medio de un censo decenal obligatorio. Sin
embargo, no existen lineamientos sobre el modo en que los representantes
deberán ser asignados dentro de cada estado. En la época en
que fue redactada la Constitución de los Estados Unidos, James
Madison insinuó que el arreglo debía ser equitativo, de modo
que el voto de un hombre tuviera más o menos el mismo peso que el de
su vecino, tanto en las elecciones estatales como en las federales.
Algunos estados modifican a intervalos periódicos los
límites de sus distritos electorales (federales) y también los
de sus distritos electorales estatales, para garantizar al menos una equidad
aproximada entre los votantes, y tres quintas partes de los estados
prorratean con regularidad una de sus cámaras legislativas o ambas.
Sin embargo, a pesar de los grandes cambios de la población en la
década de 1950, 12 estados no habían redefinido sus distritos
en más de tres decenios, lo cual dio lugar a graves discrepancias en
el valor de cada voto individual. Por ejemplo, en el pequeño estado
de Vermont, el distrito electoral más populoso tenía 33.000
personas y el menos poblado 238, pero cada uno de ellos elegía un
representante para la Asamblea Estatal. En California, el distrito
senatorial estatal de Los Angeles tenía seis millones de habitantes;
en una sección rural menos poblada del estado, el distrito
correspondiente tenía sólo 14.000 personas. Este tipo de
distorsión hace que los votos urbanos y suburbanos sufran una grave
devaluación, al tiempo que los votos de los distritos rurales
más antiguos son sobrevalorados. Como es natural, los representantes
rurales que controlaban el gobierno estatal tenían pocos incentivos
para prorratear, ya que al hacerlo tendrían que renunciar a su
poder.
Al ver que no era posible lograr que las legislaturas mismas efectuaran
los cambios, los grupos reformistas recurrieron a los tribunales e invocaron
la garantía constitucional de una "forma republicana de gobierno"
(Artículo IV, Sección 4), pero al principio la Corte Suprema
se negó a intervenir porque, por tradición, había
evitado los temas relacionados con el prorrateo, pues los veía como
asuntos "políticos" que no eran de la incumbencia de los tribunales.
Después, en marzo de 1962, la Corte aceptó un litigio
presentado por votantes urbanos de Tennessee, pues allí no se
habían modificado los límites de los distritos desde 1901, a
pesar de que la constitución del estado disponía que se
hiciera un nuevo prorrateo cada 10 años. El hecho mismo de que la
Corte accediera a conocer esos casos indujo a muchas legislaturas a
modificar voluntariamente sus distritos; en otros lugares, los reformadores
presentaron docenas de litigios en tribunales estatales y federales para
exigir nuevos prorrateos.
Pero Estados Unidos tiene un sistema federal y, hasta la fecha, los votos
de un estado no tienen el mismo peso que los de otros en una elección
presidencial. En el sistema de este país, cada estado tiene derecho a
cierto número de votos en el Colegio Electoral, un órgano que
se reúne cada cuatro años para emitir su voto por un candidato
a la presidencia, según lo dicte la elección popular. La
diminuta Rhode Island tiene tres votos en el Colegio Electoral, que
corresponden a su representante y sus dos senadores, y un voto allí
es proporcionalmente mayor, en un cálculo por persona, que en los
estados grandes como California o Nueva York. Han surgido otros problemas en
el sistema federal. ¿Sería posible que los estados adoptaran
un arreglo en el que una de las dos cámaras de una legislatura
representara unidades geográficas --por ejemplo, condados-- en la
misma forma en que el Senado de la nación representa estados?
¿Podría un estado reconocer ciertas divisiones
históricas como un factor a considerar al trazar los límites
de los distritos electorales? ¿Qué normas tendría que
aplicar el tribunal superior?
De hecho, el criterio que adoptó la Corte en el caso titulado
Gray vs. Sanders (1963) resultó ser tan claro y más o
menos fácil de aplicar --una persona, un voto-- que no sólo
brindó una guía judicial, sino también captó la
imaginación popular. Todas las demás formulaciones de esa
cuestión parecieron confrontar a un grupo contra otro --rural contra
urbano, viejo colono contra recién llegado--, pero "una persona, un
voto" aportó un tinte democrático. ¿Quién se
podría oponer a que se garantice a cada persona que su voto
contará igual que el de todas los demás? Aceptar esta
fórmula implicaba suscribir la democracia y la Constitución;
oponerse a ella parecía una actitud malvada y mezquina. Al cabo de no
mucho tiempo, todos los estados de la Unión ya habían
prorrateado de nuevo sus distritos estatales y del Congreso en forma
equitativa. |
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Presidente de la Corte Suprema, Earl Warren, en Reynolds
vs. Sims (1964)
En la medida que el derecho de voto de un ciudadano pierde valor,
él mismo se menoscaba como ciudadano. No se puede hacer que el peso
del voto de un ciudadano dependa del lugar donde vive.... Un ciudadano, un
votante capacitado, no lo es en mayor o menor grado por el hecho de que viva
en la ciudad o en el campo. Este es el mandato claro y vigoroso de nuestra
Constitución en la Cláusula de Igual Protección....
Ni la historia por si sola, ni la economía u otro tipo de
intereses de grupo son factores admisibles para tratar de justificar las
disparidades de la representación basada en la población....
Los que votan son los ciudadanos, no la historia o los intereses
económicos. Votan las personas, no las tierras, los árboles o
los pastizales. Mientras nuestra forma de gobierno sea representativa y
nuestros legisladores sean los instrumentos de gobierno, elegidos en forma
directa por el pueblo del cual serán representantes directos, el
derecho de elegir a los legisladores con plena libertad y sin trabas es uno
de los fundamentos de nuestro sistema político. |
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Se podría pensar que con la abolición de los requisitos de
propiedad y los impuestos de capitación, y el reconocimiento de los
derechos de la gente de color, las mujeres y las personas de 18 años,
la lucha por el derecho al voto estaba ganada. Sin embargo, como hemos dicho
a menudo, la democracia es un proceso en continua evolución y la
forma en que definimos los derechos del individuo en una democracia cambia
también a lo largo del tiempo. Hay gran diferencia entre la forma en
que el ciudadano estadounidense votaba en la década de 1820 y como lo
hace a principios del siglo XXI. Más aún, esto no es un simple
caso de héroes democráticos que intentan ampliar el sufragio,
al tiempo que unos demonios antidemocráticos lo quieren
restringir.
En toda la historia de los Estados Unidos, la gente ubicada en lo que se
conoce como la mejor posición económica ha sentido temor al
gobierno de las masas; este tema campea en todos los escritos de la
generación fundadora. Hoy podemos hallar una versión de ese
temor, aunque en forma diferente, en los que desean "purificar" el proceso
electoral. Por ejemplo, los intentos de simplificar el registro de votantes
son censurados a menudo como incitaciones a la corrupción de ese
proceso. El relajamiento de las normas de alfabetización y la
expansión de los derechos de voto a ciudadanos que no hablan o no
leen inglés es alabada por algunos, como una victoria de la
democracia, y atacada por otros a causa del temor de que gente con poco
conocimiento de los asuntos importantes pueda ser manipulada por
demagogos.
Sin embargo, persiste el hecho curioso de que, a pesar de todo lo que
hemos ampliado el derecho al sufragio, el porcentaje de estadounidenses que
votan en las elecciones presidenciales y otras es uno de los más
bajos entre las naciones industrializadas. Por ejemplo, en la campaña
presidencial de 2000, menos del 50 por ciento de las personas que
podían votar acudieron a las urnas. Los especialistas discrepan en
sus explicaciones de por qué se ha producido esta reducción en
el voto a partir de su punto máximo, a fines del siglo XIX, cuando
los índices de votación se mantenían con regularidad en
el 85 por ciento o más de los electores registrados. Algunos
historiadores atribuyen la disminución a la pérdida de
importancia de los partidos políticos en la vida diaria de la gente.
Otros creen que el crecimiento de grupos de interés bien financiados
ha hecho que la gente pierda interés en elecciones que se disputan
sobre todo por medio de anuncios en la prensa y la televisión. Cuando
se pregunta a quienes no votan por qué se han abstenido, las
respuestas son muy variadas. Algunos no creen que su voto individual pueda
cambiar las cosas y otros no consideran que los asuntos en juego les
afecten, pero también hay a quien no le interesa votar. Este
comentario es triste a la luz del largo movimiento histórico en pos
del sufragio universal en los Estados Unidos.
Persisten preguntas técnicas y procesales. En la elección
presidencial de 2000, los funcionarios electorales del estado de Florida
descartaron unos 50.000 sufragios, sobre todo porque las tarjetas de
votación no fueron perforadas correctamente y no se veía con
claridad a favor de quién había emitido el elector su
sufragio. En ese momento, a causa del sistema arcaico conocido como el
Colegio Electoral, toda la elección dependió de menos de unos
cuantos cientos de votos emitidos en ese estado. Tanto los demócratas
como los republicanos acudieron de inmediato al tribunal para impugnar los
procedimientos y, a la postre, la Corte Suprema de los Estados Unidos
concedió el estado de Florida --y la elección-- a George W.
Bush.
En ese caso --y no por primera vez-- el Colegio Electoral
reconoció a un presidente que obtuvo una minoría del voto
popular. Los estadounidenses están muy conscientes de la estructura
del Colegio Electoral. Éste no es uno de los aspectos más
eficaces o racionales de la democracia del país, y representa una
reliquia de una época en que no se confiaba en que la gente pudiera
elegir a un presidente en forma directa. Pero el sistema de Colegio
Electoral también es valioso en nuestros días, por cuanto
garantiza la representación de los estados más pequeños
dentro del sistema federal y en realidad es poco probable que sea
reformado.
Los problemas de recuento de votos asociados a la elección de 2000
oscurecieron algunos temas muy importantes. Ambas partes querían un
recuento justo de los votos; deseaban que cada sufragio depositado en forma
legítima y marcado correctamente fuera incluido en la cuenta, pero
sus criterios técnicos para determinar estos hechos diferían.
A pesar de que los medios se quejaron de que el estado discriminó a
las minorías en su forma de manejar el asunto, la verdad es que la
mayoría de los votos que a la postre fueron anulados eran de votantes
blancos ancianos de clase media que se confundieron y no supieron marcar la
boleta electoral. Ni entonces ni ahora se ha insinuado que esto haya sido un
ardid para invalidar decenas de miles de votos; antes que el recuento se
iniciara, nadie se dio cuenta de que el sistema estaba muy lejos de ser
perfecto,. Por eso, en la siguiente sesión de su legislatura, Florida
instituyó reformas para asegurarse de que ese fracaso no se vuelva a
presentar.
Una elección así, en la que no gana la persona que obtiene
la mayoría del voto popular, es rara en los Estados Unidos, y la
facilidad con que la gente aceptó a George Bush como el vencedor nos
da un indicio de la fe que el público tiene en los mecanismos
normales del proceso electoral en este país. No hubo
desórdenes en las calles ni se erigieron barricadas. El candidato
demócrata, Al Gore, aceptó la decisión de la Corte
Suprema sobre la forma en que los votos debían ser contados.
Pero el resultado tan cerrado de la elección presidencial de 2000
hizo que mucha gente recordara que el voto individual sí cuenta. Un
cambio de fracciones de punto porcentual en media docena de estados
habría inclinado con facilidad la elección hacia el otro lado.
El resultado probable es que, en el futuro, los estadounidenses ya no
verán como un hecho tan sin importancia este importante derecho, un
derecho que es la esencia misma del concepto del "consentimiento de los
gobernados".
Lecturas adicionales:
Marchette Gaylord Chute, The First Liberty: A History of the Right to
Vote in America, 1619-1850 (Nueva York: Dutton, 1969).
Linda K. Kerber, No Constitutional Right to be Ladies: Women and the
Obligations of Citizenship (Nueva York: Hill & Wang, 1998).
Alexander Keyssar, The Right to Vote: The Contested History of
Democracy in the United States (Nueva York: Basic Books, 2000).
Donald W. Rogers, ed., Voting and the Spirit of American Democracy
(Urbana: University of Illinois Press, 1992).
Charles L. Zelden, Voting Rights on Trial (Santa Barbara:
ABC-CLIO, 2002).
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