LOS DERECHOS DEL PUEBLO
Prefacio
Introducción
Capítulo 1
Las raíces de la libertad religiosa
Capítulo 2
La libertad religiosa en la era moderna
Capítulo 3
La libertad de expresión
Capítulo 4
La libertad de prensa
Capítulo 5
El derecho de portar armas
Capítulo 6
Privacidad
Capítulo 7
El juicio por jurado
Capítulo 8
Los derechos del acusado
Capítulo 9
Los derechos de propiedad
Capítulo 10
El castigo cruel o inusual
Capítulo 11
Igual protección de la ley
Capítulo 12
El derecho de voto
 
Los Derechos del Pueblo:
Libertad individual y la Carta de Derechos

—  C  A  P  Í  T  U  L  O     1  —
Las raíces de la libertad religiosa
Congreso no aprobará ninguna ley con respecto al establecimiento de religión alguna o que prohíba el libre ejercicio de la misma....
—Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos


Las raíces de 
la libertad religiosa

La libertad religiosa es una de las libertades más preciadas del pueblo estadounidense, lo cual les puede parecer incongruente a quienes piensan en los Estados Unidos como una sociedad laica. Sin embargo, este término es desorientador porque implica una sociedad donde la religión y los ideales religiosos están ausente de la vida diaria; más bien, la Constitución ha creado un sistema en el que cada individuo y cada grupo religioso puede gozar la libertad de culto en forma total, libre no sólo de la tutela del gobierno sino también de la presión de otras denominaciones. Esta combinación de diversidad religiosa y libertad de culto es un asunto complejo, y el camino hacia ese ideal no siempre ha sido fácil y hoy no está exento de conflictos. Pero la democracia es un proceso, no un producto terminado, y la libertad en todas sus formas también está en desarrollo.

El concepto de la libertad religiosa es relativamente reciente en la historia de la humanidad. Ha habido sociedades que permiten ciertas desviaciones de la religión oficial aprobada e impuesta por el Estado, pero esa tolerancia ha dependido del capricho del gobernante o de la mayoría, y se puede anular con la misma facilidad con que fue otorgada. La libertad religiosa requiere, por encima de todo, que la vida religiosa de una nación esté separada de sus instituciones políticas, y eso que se llama la separación entre Iglesia y Estado también es de origen más o menos reciente. Una de las grandes revoluciones sociales que acompañaron la rebelión de la Unión Americana contra Inglaterra y la adopción de la Constitución y la Carta de Derechos fue la separación formal de la Iglesia y el Estado, primero por las ex colonias y después por el gobierno federal. Al cristalizar en la Constitución esta idea y el concepto anexo de la libertad cabal de culto religioso, la generación de los Fundadores transformó en un derecho garantizado lo que era sólo un privilegio temporal en el mejor de los casos. Eso no significó que la libertad religiosa existiera por completo en 1791 como la conocemos hoy, pero entonces se sembraron las semillas. El gran florecimiento de esas ideas germinales tendría lugar en el siglo XX.

La historia de Europa occidental, lugar de procedencia de quienes crearon las primeras colonias en Norteamérica, se caracterizó por la conformidad religiosa desde el siglo IV hasta la Reforma Protestante, siendo la Iglesia Católica la religión "establecida" u oficial. Se podría haber esperado que la Reforma Protestante diera lugar a cierta tolerancia, y de hecho en los escritos de Martín Lutero y Juan Calvino hay pasajes que exhortan a la tolerancia y la libertad de conciencia. Pero en las regiones donde los protestantes lograron el control, no tardaron en establecer sus propias Iglesias. Esto no nos debe sorprender, ya que Lutero nunca se opuso a las ideas de que sólo hay una verdadera fe, que todas las demás deben ser erradicadas o que en un Estado sólo puede existir una Iglesia. La Reforma Protestante acabó con la unidad religiosa de Europa. En algunos países, las diferencias religiosas desembocaron en cruentas guerras civiles que a menudo duraron varios decenios. James Madison tuvo muy presente esta historia cuando escribió que "en el mundo se han derramado torrentes de sangre en los vanos intentos del brazo secular para extinguir la discordia religiosa, proscribiendo todas las diferencias de opinión a ese respecto". Tan sólo en la diminuta Holanda, las sectas religiosas en pugna llegaron a un estado de equilibrio tal, que en el siglo XVII los buenos burgueses ya habían adoptado la política de "vivir y dejar vivir", y gracias ella pudieron convivir en un espíritu de tolerancia mutua no sólo los católicos y los protestantes, sino también los judíos. Los estadounidenses de la generación revolucionaria sabían todo lo ocurrido en Holanda, pero sus actos fueron dictados sobre todo por su propia experiencia como colonias británicas.

La colonización de Norteamérica empezó a principios del siglo XVII, y con ella los ingleses llevaron al Nuevo Mundo su visión de lo que es una comunidad piadosa. Lo importante fue que, en términos de religión, todos los nuevos colonizadores creían en alguna Iglesia establecida y poco después de asentarse en sus colonias erigieron sus respectivas Iglesias. Un ejemplo famoso se aprecia en New England's First Fruits (Los primeros frutos de Nueva Inglaterra), un folleto que data de 1643 y describe los primeros años de la colonia de la Bahía de Massachusetts, cuyo autor escribió: "Después de que Dios nos trajo con seguridad a Nueva Inglaterra... y construimos nuestras casas, atendimos las necesidades de nuestra subsistencia, preparamos lugares convenientes para adorar a Dios y establecimos el gobierno civil".

Desde la fundación de Jamestown en 1607 hasta la Revolución Estadounidense en 1776, las colonias británicas de Norteamérica tenían Iglesias establecidas, con pocas excepciones. En Nueva York y en las colonias del Sur, la Iglesia de Inglaterra gozaba del mismo prestigio que en la madre patria, mientras que en Nueva Inglaterra predominaba el congregacionismo en diversas formas. Esas colonias discriminaban sin cesar a los católicos, los judíos y hasta a los protestantes disidentes.

En 1656, la Corte General de la Bahía de Massachusetts prohibió la presencia de cuáqueros en la colonia; si se sorprendía a alguno de ellos allí, era encarcelado, flagelado y deportado. Sin embargo, los cuáqueros fueron persistentes y al año siguiente la legislatura ordenó que a los varones cuáqueros exiliados que regresaran se les cortara una oreja; si retornaban por segunda vez se les cortaría la otra oreja. Las mujeres que regresaran serían "severamente" flageladas, y al varón o la mujer que volviera por tercera vez "se le perforaría la lengua con un hierro candente". Pero los cuáqueros seguían viniendo y, en 1658, la Corte General los condenó a muerte por ahorcamiento, la misma sanción que se imponía a los jesuitas y otros sacerdotes católicos que regresaban después de ser desterrados. De hecho, entre 1659 y 1661, una mujer y tres hombres fueron ahorcados conforme al Derecho Común de Boston. Todavía en 1774, en una época en que los colonos protestaban con vigor cuando los británicos violaban sus derechos, el reverendo Isaac Backus, líder de los bautistas de Massachusetts, informó al gobernador y al consejo que 18 de sus feligreses habían sido encarcelados en Northampton, en la época más fría del invierno, porque se negaron a pagar impuestos para el sustento del ministro de la Iglesia Congregacional del pueblo. Ese mismo año, James Madison le escribió a un amigo: "El principio diabólico de la persecución, concebido en el infierno, arrebata a algunos.... En este momento, en el condado adyacente, no menos de cinco o seis hombres bien intencionados han sido encarcelados por publicar sus sentimientos religiosos, que en lo esencial eran muy ortodoxos.... Por eso te ruego que... ores por la libertad de conciencia para todos".

Sin embargo, desde el inicio mismo de la colonización de Norteamérica y sobre todo en las colonias del Norte, las presiones contra lo establecido y contra la conformidad fueron en aumento. Ya en 1645, la mayoría de los diputados de la Corte General de Plymouth (Massachusetts) deseaba "permitir y mantener una tolerancia religiosa libre y total, para todos los hombres, que preserve la paz civil y el acatamiento del gobierno; y no habrá limitación o excepción alguna para turcos, judíos, papistas, arios, socinios, nicolaítas, familistas o cualquier otro grupo, etc.". En la vecina Rhode Island, Roger Williams fundó una colonia que permitió un ambiente de libertad religiosa casi total. Williams ha sido descrito como un profeta de la modernidad en su región y, por sus actos, sin duda merece ese título. Williams no sólo favoreció la libertad de conciencia, sino se opuso al establecimiento de una religión oficial, basado en la idea de que esto no sólo es nocivo para la sociedad civil, sino también para la religión. La suya fue una de las pocas voces que defendieron este argumento en las colonias del siglo XVII.

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Aun cuando el establecimiento de religiones oficiales duró hasta 1776, la verdad es que las colonias tuvieron que permitir cierto grado de tolerancia religiosa. Al principio, los colonizadores que llegaban tenían antecedentes más o menos homogéneos, pero en poco tiempo la seducción del nuevo mundo atrajo inmigrantes de todas las islas británicas y también del norte y el oeste de Europa. Muchos no vinieron porque Norteamérica les ofreciera más libertad religiosa de la que tenían en sus países, sino por la oportunidad económica. No todos compartían la fe congregacional de los puritanos o los puntos de vista anglicanos de las colonias de la región media y del sur. Llegaron bautistas, judíos, católicos, luteranos y otros, y en cuanto estuvieron aquí, empezaron a expresar que no se les debía obligar a pagar impuestos para una Iglesia a la que no concurrían, ni se les debía forzar a conformarse con un credo que no profesaban.

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Al inicio de la Revolución, Virginia y muchos otros estados desconocieron a la Iglesia de Inglaterra, pues numerosos colonos la identificaban con el odiado gobierno real. La constitución de Virginia de 1776 garantizó a todas las personas la igualdad en el libre ejercicio de la religión, pero no llegó a declarar una separación completa de la Iglesia y el Estado, con la consabida decepción del grupo disidente más numeroso de ese estado, los bautistas. Otros grupos que aún eran fieles a la fe anglicana (que pronto recibirían la denominación de episcopales) consideraban que la religión se debía patrocinar con dinero de los impuestos. A su juicio, estos fondos no sólo debían auspiciar a una denominación, sino se tendrían que usar para financiar a todas las Iglesias (cristianas protestantes).

Vale la pena examinar por un momento la lucha para establecer la plena libertad religiosa en Virginia, porque en ella intervinieron dos de los grandes arquitectos de la nación estadounidense: Thomas Jefferson, autor de la Declaración de Independencia, y James Madison, conocido como el Padre de la Constitución. Los dos asumirían más tarde el cargo de presidente de los Estados Unidos.

Thomas Jefferson ya había escrito una "carta de libertad religiosa" en la cual señalaba, entre otras cosas, "que a nadie se le debe obligar a frecuentar o patrocinar culto, lugar o ministerio religioso alguno". Este proyecto de ley fue aprobado por la legislatura de Virginia. Jefferson creía que la religión era un asunto personal entre el individuo y Dios, lo cual la colocaba fuera de la competencia del gobierno civil. Él no estableció esa libertad sólo para las denominaciones protestantes o para los cristianos en general, sino para todos los grupos religiosos, y no la consideró como el obsequio de una asamblea legislativa, sino como uno de los "derechos naturales de la humanidad". En la década de 1780, Jefferson tenía ideas mucho más avanzadas que las de sus compatriotas, e incluso en su Virginia natal hubo mucha oposición a su propuesta, sobre todo de las Iglesias que deseaban el patrocinio del Estado.

Jefferson partió rumbo a París, como ministro de los Estados Unidos en Francia, y la lucha por la libertad religiosa quedó en manos de su amigo y discípulo James Madison, el autor de uno de los documentos clave en la historia religiosa de este país, la "Memoria y reconvención contra los gravámenes religiosos". Igual que Jefferson, Madison afirmó que el carácter esencialmente privado y voluntario de la religión no debía estar sujeto al gobierno en ninguna forma. Un subsidio con dinero de los impuestos, aunque se repartiera entre todas las religiones, seguiría siendo un nexo oficial con la religión y, por lo tanto, no se debía permitir, no importa cuán benigno o altruista pareciera. Esos argumentos, expuestos hace más de 200 años, siguen resonando hoy con energía.

 
Memoria y reconvención (1786)

1. En virtud de que aceptamos como una verdad fundamental e innegable "que la religión o el deber del cual somos deudores ante nuestro Creador, así como la forma de cumplirlo, sólo pueden ser guiados por medio de la razón y la convicción y no por la fuerza o la violencia". Entonces, la religión de cada individuo debe ser elegida según la convicción y la conciencia de cada uno; y cada hombre tiene derecho de practicarla como éstas se lo dicten. Por su propia naturaleza, éste es un derecho inalienable. Es inalienable porque las opiniones de los hombres dependen solamente de la evidencia contemplada por sus respectivas mentes y no puede seguir los dictados de otros hombres; es inalienable también porque lo que aquí se considera como un derecho para con las personas, es un deber para con el Creador. Cada hombre tiene el deber de rendir ese homenaje al Creador y sólo lo hará en la forma que crea aceptable para Él...

2. Porque si la religión debe estar exenta de la autoridad de la sociedad en conjunto, aún menos se la puede sujetar a la del cuerpo legislativo. Este último no es sino la creatura y el vicegerente de la primera. Su jurisdicción también es limitada; lo es con respecto a los departamentos de coordinación y, aún con más razón, es limitada con respecto a los constituyentes. Para la preservación de un gobierno libre no sólo se requiere que los límites y las fronteras que separan a los departamentos del poder sean conservados en forma invariable, sino, más especialmente, que ninguno de ellos llegue a sobrepasar la gran barrera que defiende los derechos del pueblo....

3. En virtud de que es apropiado dar la voz de alarma en cuanto alguien intente experimentar con nuestras libertades. Afirmamos que este celo prudente es el primer deber de los ciudadanos y una de las características más nobles de la pasada Revolución.... Sentimos demasiada reverencia por esta enseñanza como para olvidarla pronto. ¿Quién no se da cuenta de que la misma autoridad que puede establecer el cristianismo, con exclusión de todas las demás religiones, puede establecer con igual facilidad cualquier secta particular de los cristianos y así excluir a todas las demás denominaciones? ¿Que la misma autoridad que puede obligar a un ciudadano a aportar tan sólo tres peniques de su propiedad para el patrocinio de cualquier credo establecido, lo puede obligar a plegarse a cualquier otro que ella decida establecer en todos los casos, cualquiera que sea?...

 

La fuerza del argumento de Madison indujo a los votantes de Virginia a elegir una legislatura estatal que, en efecto, se opuso no sólo al establecimiento de una sola Iglesia, sino a que se gravara con impuestos a la población para patrocinar a cualquier Iglesia o a todas ellas. En su siguiente sesión, la Asamblea General adoptó lo que es uno de los documentos fundacionales de la historia estadounidense: el Estatuto de Virginia sobre la Libertad Religiosa. El argumento expuesto por Thomas Jefferson es que la religión es tan importante, y su libre ejercicio es tan esencial para la felicidad y el bienestar de la humanidad, que debe gozar de la plena protección del Estado. No se debe imponer al pueblo impuesto alguno destinado a una Iglesia establecida de la cual no sean feligreses, pero tampoco para el patrocinio de su propia Iglesia. La religión prospera mejor cuando depende únicamente de la devoción de sus fieles.

 
Estatuto de Virginia sobre la Libertad Religiosa (1786)

Por cuanto Dios Todopoderoso creó la mente para que sea libre; y todos los intentos de influir en ella, ya sea por medio de castigos o trabas temporales o por incapacitación civil, tienden sólo a engendrar hábitos de hipocresía y perfidia, y son una desviación del plan del Santísimo Autor de nuestra religión, quien siendo el Señor del cuerpo y la mente decidió no propagarla por coerción sobre ninguno de los dos, aunque estaba dentro de sus facultades de Todopoderoso hacerlo....

Que la Asamblea General proclame que ningún hombre deberá ser coercionado para frecuentar o patrocinar un culto, lugar o ministerio religioso de cualquier índole, ni se verá forzado, restringido, molestado o agobiado en su persona o en sus bienes, ni deberá padecer en ninguna otra forma a causa de sus opiniones o creencias religiosas; sino que todos los hombres deberán ser libres para profesar y mantener su opinión por medio de argumentos, en cuestiones de religión, sin que este hecho menoscabe, aumente o afecte en modo alguno sus capacidades civiles.... Estamos en libertad de declarar, y declaramos, que los derechos aquí consignados son los derechos naturales de la humanidad y que si más tarde se aprueba cualquier instrumento de ley para invalidar el presente, o restringir su aplicación, dicho instrumento será una infracción contra el derecho natural.

 

Aun cuando hoy concedemos gran parte del crédito de la libertad religiosa a la Primera Enmienda a la Constitución, en propia época la adopción del Estatuto de Virginia para la Libertad Religiosa fue un paso más importante para apartarse del apoyo y el patrocinio del Estado a una creencia religiosa en particular y orientarse hacia una sociedad abierta y tolerante. La trascendencia del estatuto radica en su suposición de que los asuntos religiosos son de índole totalmente personal y escapan al alcance legítimo del Estado. Thomas Jefferson personificó esta opinión cuando le escribió a un amigo: "Nunca menciono mi religión ni someto a escrutinio la de otros. Jamás traté de hacer un converso ni deseé cambiar las creencias de alguien más. Nunca juzgué la religión de otros... porque es en nuestras vidas, y no en nuestras palabras, donde nuestra religión se debe manifestar".

En la época en que se formó el nuevo gobierno bajo la Constitución, las ideas contenidas en esos dos documentos ya se habían propagado a todos los nuevos estados de la Unión Americana. A pesar de que algunos estados siguieron teniendo Iglesias oficiales por varios decenios más, había un consenso de que el gobierno nacional no se debía involucrar con la religión. John Adams escribió: "Espero que el Congreso nunca se ocupe de la religión más allá de recitar sus oraciones, ayunar y dar gracias una vez al año. Dejemos que cada colonia tenga su propia religión sin ser molestada".

De hecho, varios estados habían ratificado la Constitución con la condición de que fuera enmendada para incluir una carta de derechos como garantía de que el Congreso no se inmiscuiría, labor a la cual James Madison aplicó muy a fondo su talento en el primer Congreso que se reunió bajo la nueva Constitución. De sus empeños surgieron las 10 enmiendas, ratificadas en 1791 y conocidas en conjunto como la Carta de Derechos. La primera de esas enmiendas dice así:

Congreso no aprobará ninguna ley con respecto al establecimiento de religión alguna, o que prohíba el libre ejercicio de la misma o que coarte la libertad de expresión o de prensa, o bien, el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a solicitar del gobierno la reparación de agravios.

La fusión de estos diversos derechos en la misma enmienda es mucho más que un acto de economía literaria. Todos ellos se relacionan con el derecho de la gente a expresarse, a estar libre de la coerción del Estado al expresar sus creencias políticas y religiosas, sus ideas y aun sus quejas. Conviene recordar que en la época en que Madison redactó estas enmiendas, la religión y las creencias religiosas eran a menudo importantes cuestiones políticas. Madison tuvo que ganar una batalla política para que el Estatuto de Libertad Religiosa fuera promulgado, y también en otros estados se desarrollaron luchas políticas similares. No es de sorprender que muchos de los casos de la Primera Enmienda que más tarde serían llevados ante la Corte Suprema de los Estados Unidos hayan trascendido las categorías artificialmente impuestas de la palabra, la prensa o la religión consideradas individualmente; en lugar de éstas, se refirieron a los límites del poder del gobierno para restringir la mente de la persona y su derecho de expresarse sin trabas.

Los últimos 200 años han visto la puesta en práctica de esta idea de mantener separados al gobierno y la religión, a fin de dar a cada persona el derecho de creer o no según los dictados de su conciencia individual. Esto no quiere decir que no haya prejuicios religiosos en los Estados Unidos. Católicos, judíos y otros grupos han sido víctimas de discriminación, pero se ha tratado de una discriminación social que no es ni avalada ni aplicada por el Estado. La discriminación legalizada, basada en las creencias, duró hasta poco después de la Revolución y luego se extinguió.

Es cierto que desde la época de la Revolución hasta ya bien entrado el siglo XX, a pesar de la gran diversidad de pueblos y religiones, la mayoría de los estadounidenses profesaban un credo cristiano protestante. Los grupos que se desviaban de esa tendencia predominante eran objeto de suspicacias a menudo, aunque en todas las ocasiones esos grupos, sobre todo los judíos y los católicos, hallaron defensores entre la mayoría protestante que estaban dispuestos a defenderlos a ellos y a su derecho de profesar libremente su religión según los dictados de su conciencia.

Para citar un ejemplo muy conocido que ocurrió en Nueva York a principios del siglo XIX, un ladrón arrepentido de sus pecados se confesó con un sacerdote católico, el padre Andrew Kohlmann, quien le pidió que devolviera los artículos robados y se encargó personalmente de devolverlos. La policía le exigió al padre Colman que identificara al ladrón, pero él se negó aduciendo que la información obtenida bajo el secreto de la confesión se debe mantener en plan confidencial para todos, salvo el confesor y el penitente. El padre Kohlmann fue arrestado por obstrucción a la justicia y lo juzgaron en el Tribunal de Sesiones Generales en la Ciudad de Nueva York. Los abogados de ambas partes y los miembros del jurado eran protestantes, y el abogado que defendió al padre Kohlmann basó su argumentación en la más amplia interpretación posible del libre ejercicio de la religión.

 
Argumentos del abogado en defensa del secreto de confesión (1813)

Procederé a examinar la primera proposición que he decidido sostener, es decir, que el Artículo 38 de la Constitución [del estado de Nueva York] protege al reverendo pastor en la excepción que él alega, al margen de cualquier otra consideración.

El artículo completo está contenido en el texto siguiente:

"Ya sea que seamos exigidos por los benévolos principios de la libertad racional, no sólo para rechazar la tiranía civil, sino también para precavernos de esa opresión espiritual e intolerancia por los cuales el fanatismo y la ambición de sacerdotes y príncipes débiles y perversos han hostigado a la humanidad: Esta convención, actuando en nombre y por la autoridad del honorable pueblo de este estado, ORDENA, DETERMINA Y DECLARA, que el libre ejercicio y el disfrute de la profesión y el culto religiosos, sin discriminación o preferencia alguna, se deberán permitir desde hoy y para siempre a todos los seres humanos dentro de este estado. Siempre y cuando la libertad de conciencia aquí otorgada no se interprete para condonar actos licenciosos o para justificar prácticas incompatibles con la paz o la seguridad de este estado".

No es fácil concebir ahora este concepto en términos más amplios y completos que los empleados por la convención. La libertad religiosa era el gran objetivo que ellos tenían presente. Consideraron que todo ser humano tiene derecho de rendir culto a Dios según los dictados de su propia conciencia. Su intención fue garantizar para siempre y para toda la humanidad, sin distinción o preferencia alguna, el libre ejercicio y disfrute de la profesión religiosa y el culto. Emplearon un léxico apropiado para ese propósito y eso fue lo que dijeron.

Otra vez es indudable que la convención se propuso garantizar la libertad de conciencia. Ahora bien, ¿dónde queda la libertad de conciencia de los católicos si el sacerdote y el penitente son expuestos en esta forma? ¿Puede tener libertad de conciencia el sacerdote si se le somete a tal coerción? ¿Tiene libertad de conciencia el penitente si se le arrastra a un tribunal de justicia para que responda por lo que ha dicho en confesión? ¿Tiene cualquiera de ellos el privilegio del secreto de confesión? ¿Podrán disfrutar así libremente del sacramento de la penitencia? Si ésta es la libertad religiosa que la Constitución se propuso asegurar, es causa de tanta perplejidad como la libertad que se le concedía en otros tiempos a un hombre cuando era sometido al juicio de Dios mediante la ordalía del agua, de modo que si flotaba era culpable y si se hundía era inocente....

 

Por lo tanto, a principios del siglo XIX, por lo menos algunas personas que reflexionaban sobre el significado de la libertad religiosa ya habían alcanzado una posición básicamente moderna. En el caso del padre Kohlmann, los miembros del jurado sostuvieron en forma casi unánime el principio de la santidad del secreto de confesión, y en 1828 la legislatura de Nueva York dio respaldo estatutario a la antigua doctrina del derecho natural sobre la relación confidencial entre penitente y confesor. Pese a que sólo los católicos tienen la confesión como acto religioso, la idea del carácter confidencial de la comunicación entre una persona y su guía espiritual, ya sea un sacerdote, ministro, rabino o imán, tiene que ser aceptada tanto por la ley estatutaria como por el derecho consuetudinario en todo Estados Unidos. Lo que empezó cuando se puso a prueba la práctica de una sola religión, se propagó y ha reforzado la libertad de conciencia para todos.

Los católicos siempre tuvieron defensores en la época en que los protestantes los veían con suspicacia, recordando los sangrientos conflictos ocurridos en Europa. En la década de 1850, el ex presidente de los Estados Unidos John Tyler se opuso al Partido Agnóstico, un reducido y elocuente grupo de nacionalistas que eran contrarios al catolicismo. En una carta a su hijo, Tyler condenó a los agnósticos y elogió a los católicos, de quienes dijo "me parece que han sido especialmente fieles a la Constitución del país, al tiempo que sus sacerdotes han puesto un ejemplo de no intromisión en la política, con lo cual nos dan un ejemplo muy digno de ser imitado por el clero de otras denominaciones del Norte, que no han dudado en lanzarse a la palestra y ensuciar sus vestiduras con el polvo de la enconada lucha. El espíritu de intolerancia que se ha manifestado contra los católicos... despertará una fuerte sensación de insatisfacción en la gran mayoría del pueblo estadounidense porque si a algún principio se le concede más importancia que a todos los demás, es al principio de la libertad religiosa...."

Esto no significa que hayan desaparecido los prejuicios contra los católicos. Con las grandes migraciones de fines del siglo XIX y principios del XX llegaron millones de nuevos inmigrantes a los Estados Unidos, muchos de los cuales venían de los países católicos del sur y el este de Europa. Al verlos afluir a las ciudades atestadas, muchos protestantes no los aceptaron como parte del tejido social del país y, aunque éste nunca padeció las sangrientas guerras religiosas de Europa, el sentimiento anticatólico fue intenso. Desde luego que el prejuicio contribuyó a la derrota del primer católico que contendió por la presidencia, Alfred E. Smith, en 1924. Cuando John Fitzgerald Kennedy fue nombrado candidato de los demócratas para la presidencia, 36 años después, reconoció que para resultar electo se tendría que enfrentar a este prejuicio a fin de neutralizarlo. Solicitó y obtuvo una invitación a una reunión de ministros bautistas del Sur y les habló de sus creencias como católico y sus deberes como ciudadano estadounidense. A juicio de mucha gente, esa charla, que captó la atención nacional, ayudó mucho a conjurar el problema religioso en esa elección.

 
John F. Kennedy habla de la Iglesia y el Estado (1960)

Por el hecho de que soy católico y ningún católico ha sido elegido jamás presidente, la verdadera problemática de esta campaña se ha oscurecido, tal vez en forma deliberada, en algunos sectores menos responsables que éste. Por eso parece necesario aclarar una vez más no en qué tipo de Iglesia creo, porque eso sólo debe ser importante para mí mismo, sino en qué tipo de Norteamérica creo.

Creo en una Norteamérica donde la separación de la Iglesia y el Estado sea absoluta, donde ningún prelado católico le diga al presidente cómo debe actuar (aunque éste sea católico) y ningún ministro protestante les diga a sus feligreses por quién deben votar; donde ninguna Iglesia o escuela confesional reciba fondos públicos o preferencia política alguna; y donde a nadie se le niegue un cargo público tan sólo porque su religión no es la misma del presidente de quien depende su asignación o la de los votantes a cargo de la elección.

Creo en una Norteamérica que oficialmente no sea ni católica ni protestante ni judía; donde ningún funcionario público pida o acepte instrucciones de política pública del Papa, el Consejo Nacional de Iglesias o cualquier otra fuente eclesiástica; donde ningún organismo religioso trate de imponer directa o indirectamente su voluntad sobre la población en general o los actos públicos de sus funcionarios; y donde la libertad religiosa sea tan indivisible que cualquier ataque contra una Iglesia se interprete como un ataque contra todas....

Ese es el tipo de Norteamérica en el que creo, y el tipo de Norteamérica por el cual luché en el Pacífico Sur y por el que murió mi hermano en Europa. Nadie insinuó entonces que pudiéramos tener una "lealtad dividida" o que "no creyéramos en la libertad" o que perteneciéramos a un grupo desleal que amenazara "las libertades por las que murieron nuestros antepasados".

Y, de hecho, ese es el tipo de Norteamérica por el que murieron nuestros antepasados cuando llegaron aquí, huyendo de los juramentos de lealtad religiosa que negaban el acceso a cargos políticos a los miembros de las Iglesias menos favorecidas; cuando lucharon por la Constitución, la Carta de Derechos, el Estatuto de Virginia sobre la Libertad Religiosa; y cuando combatieron en el santuario que visité hoy: el Álamo. Porque al lado de Bowie y Crockett murieron Fuentes y McCafferty, y Bailey y Bedillio y Carey, pero nadie sabe si eran católicos o no porque allí no se les sometía a ninguna prueba de religión....

Yo no hablo a favor de mi Iglesia en asuntos públicos y la Iglesia no habla a mi favor.

 

A pesar de que los protestantes no temían una conspiración judía (de hecho, los antiguos puritanos admiraban el judaísmo), los judíos padecieron también varios siglos de intolerancia religiosa. El Nuevo Mundo no tuvo necesidad de derrocar las instituciones medievales que sancionaban el antisemitismo; pese a ello, las semillas del prejuicio cruzaron el Atlántico y las pequeñas comunidades judías que salpicaron la costa se tuvieron que imponer sobre los frutos de esas semillas.

Igual que los católicos, los judíos recibieron la ayuda de protestantes muy convencidos de que en Norteamérica no había sitio para las persecuciones religiosas que eran tan frecuentes en Europa. George Washington declaró ante la comunidad judía de Newport: "Felizmente, el gobierno de los Estados Unidos, que no autoriza la intolerancia ni brinda ayuda a las persecuciones, sólo exige que quienes viven bajo su protección se comporten como buenos ciudadanos". Jefferson y Madison dijeron también que en este país la regla sería la libertad religiosa, no la tiranía.

Sin embargo, muchos estadounidenses pensaron que éste era un país cristiano protestante, y si temían una conspiración católica, tampoco se sentían muy cómodos con los judíos. En Maryland, igual que en otros estados, la Carta de Derechos posterior a la Revolución fue un gran paso hacia la libertad religiosa, pero sólo para los cristianos. A partir de 1818, Thomas Kennedy, miembro de la Asamblea Estatal de Maryland y cristiano devoto, encabezó la lucha para que también los judíos gozaran de esa libertad.

 
Thomas Kennedy, en busca de la igualdad de derechos para los judíos de Maryland (1818)

Y si me preguntan por qué me interesa tanto ayudar a la aprobación de este proyecto de ley, mi respuesta es muy sencilla: porque creo que es mi DEBER hacerlo. En el condado de donde vengo no hay judíos, ni tengo la más remota relación con ningún judío en el mundo. No fue a petición de ellos y ninguno se llegó a enterar siquiera de que el tema se trataría en esta ocasión....

En este momento sólo temo a un opositor, que es el PREJUICIO; nuestros prejuicios, señor presidente, nos son muy queridos. Todos conocemos y sentimos la fuerza de nuestros prejuicios políticos, pero nuestros prejuicios religiosos son más fuertes aún y nos parecen más queridos; se aferran a nosotros toda la vida y si acaso nos dejan es en el lecho de muerte. A lo que nos tenemos que enfrentar ahora no es al prejuicio de una generación, de una época o de un siglo. No, se trata de un prejuicio que ha sido transmitido de padres a hijos desde hace casi ochocientos años....

Hay muy pocos judíos en los Estados Unidos; en Maryland hay muy pocos, pero aunque sólo hubiera uno, a ése le tendríamos que hacer justicia.

 

Tal vez porque los judíos eran un grupo muy pequeño, quizá porque otros estados los consideraban buenos ciudadanos, o acaso porque el prejuicio flagrante ofendía a muchos ciudadanos, la batalla por los derechos de los judíos recibió en esa ocasión un fuerte apoyo de otros estados. En editoriales de periódicos se instaba a Maryland a redimirse a sí mismo. El influyente semanario Niles Register publicó: "Sin duda esas cosas ya pasaron a la historia y es un insulto al sentido común hablar de republicanismo, al tiempo que negamos la libertad de conciencia en asuntos tan importantes como los que tienen relación con lo que el hombre le debe a su Creador". Las presiones surtieron efecto y Maryland concedió plenos derechos políticos y religiosos a los judíos en 1826. Para la época de la Guerra Civil, sólo Carolina del Norte y Nueva Hampshire seguían restringiendo los derechos de los judíos, pero esas anomalías desparecieron en 1868 y 1877 respectivamente.

Ya en tiempos de la Guerra Civil, la idea de la libertad religiosa se había ampliado mucho con respecto al tema inicial de la ausencia de religiones oficiales. Casi todos los estados habían adoptado y puesto en práctica cartas de derechos para garantizar la libertad de conciencia individual y, a pesar de la sensación generalizada de que Estados Unidos era ante todo una nación cristiana protestante, los impedimentos civiles y políticos contra católicos y judíos fueron suprimidos. El gobierno federal, obligado por la Primera Enmienda, nunca se había tratado de inmiscuir en asuntos religiosos, y tanto en la esfera religiosa como en las cuestiones políticas, Estados Unidos parecía ser "la última y la mejor esperanza de libertad" para quienes sufrieron la opresión del Viejo Mundo, según lo expresó Abraham Lincoln.

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