El estado de derecho significa que ningún individuo, presidente
o ciudadano particular, está por encima de la ley. Los
gobiernos democráticos ejercen la autoridad por medio de la
ley y también están sujetos a sus restricciones.
En las democracias, el hecho de que los funcionarios elegidos y
las legislaturas estén libres de presiones políticas
garantiza la imparcialidad de los jueces. Los veredictos judiciales
deben ser imparciales, basados en las leyes pertinentes y en los
hechos, los méritos individuales y los argumentos legales
del caso, sin ninguna coacción o influencia indebida de las
partes interesadas. Estos principios garantizan a todos la igualdad
en la protección de la ley.
El poder de los jueces para revisar las leyes públicas
y declarar si éstas violan la constitución del
país sirve como un freno fundamental contra el posible abuso
del poder por el gobierno (aunque ese gobierno haya sido elegido
por una mayoría popular). Sin embargo, esta facultad
requiere que la gente vea a los tribunales como entidades
independientes y capaces de basar sus decisiones en la ley, no en
consideraciones políticas.
Sean elegidos o designados, los jueces deben tener seguridad
en su trabajo o titularidad, garantizada por la ley, pues
así pueden tomar decisiones sin temor a la presión o
el ataque de los que ostentan cargos de autoridad. Una sociedad
civil reconoce la importancia de tener jueces profesionales y los
provee de la adecuada capacitación y remuneración.
La confianza en la imparcialidad del sistema de tribunales
-el hecho de que se lo perciba como la rama "no política"
del gobierno- es una de las fuentes principales de su fuerza y
legitimidad.
Sin embargo, los tribunales de una nación no son
más inmunes que otras instituciones al comentario, el
escrutinio y la crítica del público. La libertad de
palabra nos pertenece a todos: a los jueces y a sus detractores por
igual.
Para garantizar su imparcialidad, la ética judicial
exige que los jueces se abstengan (o se "recusen" a sí
mismos) de juzgar casos en los que tengan algún conflicto
de intereses.
En una democracia, los jueces no pueden ser destituidos por
quejas menores o en respuesta a críticas políticas.
De hecho sólo pueden ser removidos por delitos o
infracciones graves, mediante el largo y difícil
procedimiento de impugnación (la presentación de
cargos) y juicio, ya sea en la legislatura o ante un jurado por
separado.
Una judicatura independiente garantiza a la población
que las decisiones del tribunal se basarán en las leyes y la
constitución de la nación, no en el cambiante poder
político o en las presiones de una mayoría temporal.
Dotado de esta independencia, el sistema judicial de una democracia
es una salvaguardia de los derechos y libertades del pueblo.